Relatos

El Morado, la montaña soñada – Por Felipe González Donoso

Pared sur del morado (fotografía: Carlos Rojas)

Parece haber sido ayer cuando los haces  de luz se colaban por las cimas sur y norte del Morado, corría la década de los 80´s y así también lo hacían mis paticortas piernas por las laderas del parque natural el morado y los alrededores de Baños Morales. Era uno esos entrañables paseos familiares, un recuerdo casi onírico del Cajón del Maipo, matizado por las reprimendas de mi padre por pisar las florcitas, demasiados años debieron pasar para entender la nostalgia del viejo por aquellas florecillas atropelladas o por la nieve ya retirada, avanzada la temporada estival.

No fue hasta la adolescencia año 95 cuando regrese al valle del Morado – San Francisco, primeras salidas a la montaña con los amigos, gobernadas por la exacerbada  motivación y nulo conocimiento. Era bajo este halo inconsistencia  e irresponsabilidad que realizábamos una práctica en las grietas del hoy casi extinto glaciar del San Francisco, la práctica consistía en turnarnos el piolet (marca Moncho, hecho en Chile) y el par de crampones que teníamos (entre los 4 que andábamos) y saltar grietas de diversos tamaños, corriendo si era necesario, nos encontrábamos en este “entrenajuego”  cuando apareció un grupo de montañistas liderados por Claudio Lucero, nunca había visto gente con ropa tan abrigada y vistosa, rojo, verdes fluor, cuerdas, cascos, etc.

Por su lado al ver tan pulcras maniobras que estábamos realizando se nos acercaron de inmediato, en breve dijimos: Cagamos!!, intuyendo un reto de proporciones.  Sin embargo bajo la mirada atónita de sus estudiantes y la nuestra, los reprendidos fueron ellos, aludiendo a que eran unos hijos de papito, que se dieran cuenta en las condiciones paupérrimas en que andábamos nosotros en el glaciar con jeans y zapatos de construcción.  ¡Plop!

Posterior al encuentro cercano con los montañistas y a la majestuosa mole de hielos y roca, con su cumbre norte y sur, no tarde en declarar a mi padre que era la montaña de mis sueños y que me prepararía para subirla, su reacción fue tal vez la peor, me dijo que ni lo pensará, que no tenía permiso y que solo los mejores como el “Chico” Vásquez y Juan Tangol, eran capaces de ascender tal monumental montaña. Con esta fatídica sentencia  debieron pasar 8 años, un par de expediciones a Perú, otra a las Torres del Paine,  algunos kilómetros de escalada en roca, una veintena de montañas clásicas y la muerte de mi viejo para lograr ir a la sur del Morado.

El tener un padre montañista puede ser una ventaja, pero el tener uno vieja escuela sin duda te lo complica, comentarios del tipo: “Para que quieres arnés y cuerdas nuevas, nosotros lo más bien que nos pasábamos la cuerda de manila por entremedio de las piernas”.  Aun así, a regañadientes siempre hubo apoyo dentro de las condiciones económicas de la casa.

 

Pared Sur del Morado en Solitario

            


Cumbre del Morado Sur   (colección Felipe González)

Llevaba un tiempo tratando de coincidir tiempos con mis cordadas, sin embargo por diversas cosas no se daba, así que logre reestructurar el plan, el cual incorporaba a un par de amigos, quienes llegarían al campamento del Plateau y me esperarían con la intención de en caso de…. ir a pedir ayuda, pero bajo ningún concepto subir. La escalada en roca, nieve y hielo de la Sur del Morado duró 37 horas desde campamento a campamento, se podría decir que lo alcance a disfrutar, pero asociado a un coste sicológico.  La consecuencia una  variante que parte por la izquierda de la Vasquez-Tangol  llamada “Gravedad Cero”, 900 m.  D 80° WI3, 5.9 A2, una ruta andina que entra por un  par de largos de roca casi vertical cubierta con verglas, luegos bastantes metros de roca fácil de calidad aceptable en la parte media (Vasquez-Tangol), para rematar por pequeñas cascadas de hielo, las que no por nada eran esquivadas, ya que no tenía ningún tornillo para protegerlas. Un par de pataleos sobre los estribos de mediocre procedencia, dejaban  atrás el abismo sur, para continuar por la infinita pendiente de nieve que solo es interrumpido por los fideos escarchados con vienesa más ricos que he probado nunca. La cumbre ha llegado por consecuencia y la euforia no podía opacar la cordura, aún quedaba la bajada, la cual demandaba máxima de concentración por el laberinto de grietas que por primera vez supe descifrar.

Una vez reunidos en el campamento decidimos continuar hasta Santiago.

Guiando la sur del Morado

Subir la Sur del Morado en Solo, significo muchas cosas, pero sin duda una de las más significativas fue involucrarme a fondo en el montañismo, enseñando sus diversas disciplinas y  Guiando escaladas en montaña, en gran  medida inspirado por las líneas de Lionel Terray comencé a buscar una fórmula en que el trabajo sea entretenido y te mantenga físicamente óptimo para los próximos desafíos.

Así  llego Diciembre del 2008, después de algunas salidas preparatorias previas partimos con mi cordada/cliente, Ralph Jaiser rumbo a la sur, estábamos en muy buen estado físico y habíamos logrado una sincronía de cordada, escalando rápido y estableciendo un vocabulario no verbal para todas las técnicas de escalada en montaña.

En el mismo formato de hace 5 años atrás establecimos nuestro vivac en el Plateau, para intentar escalar hasta la cima saliendo de noche y luego regresar por el glaciar sureste. Con el fin de no tropezar con la misma piedra, marque la entrada de la ruta Vásquez-Tangol, para así no perder tiempo en la búsqueda de la entrada.

La escalada comienza a las 2 de la mañana, bajo un cielo estrellado y una motivación a toda prueba, algunos largos fáciles son escalados sin cuerda, pero la gran mayoría son asegurados desde arriba, especialmente los largos de escalada en hielo, que son los únicos que complican un poco a Ralph, quien lanza algunas miradas de descontento, por elección de la ruta, que no necesariamente es la más fácil (que podía hacer ahora tenía tornillos, cordada y no podía desaprovechar esa hermosa oportunidad), me pillaron.

Después de una de las escaladas más memorables llegamos a eso del mediodía a la cima Sur del Morado, contentos, pero no exento de aprensiones  hacemos la  desescalada  en diversos terrenos de nieve, hielo y roca, así también un par de rapeles que encontré sin dificultad, todo era tan vivido que parecía que hace días que había pasado por aquellos pasillos y laberintos andinos.

Sin mayores contratiempos llegamos a recuperar nuestras cosas al campamento y continuamos hasta Santiago.


Ruta Vasquez-Tangol, Raph lidiando con los largos de roca de la pared sur (colección Felipe González)

El círculo se cierra

Posterior a los 2 ascensos de la Sur, mi secreta intención de volver era por la escalada de la gran cascada de hielo, que en mi ascensión en solo logre divisar desde su base, un monstro abominable, que difícilmente podría embestir sino era con una cordada de nivel. Así pasaron los años y entiendo que Andrés Zegers, junto a una cordada probablemente extranjera ascendieron “la gran cascada”, en aquel entonces me alegre por sus logros y rápidamente di vuelta la página, el fuego alentado por esa montaña soñada quedaba sumida en un montón de cenizas, las que  no fueron avivadas nuevamente hasta leer  un reportaje de Nicolas Gutierrez y  Sebastian Rojas,  en su ascenso del Morado Norte y su descenso en esquí, el hecho de ver una fotografía con un esquiador al lado del gran seracs colgante tantas veces observado y de distintos ángulos, no fue sino un chorro de bencina sobre las moribundas brazas.

Ya como residente del Cajón del Maipo, empecé subir todas las montañas clásicas de esquí de montaña, por el día, dos días e incluso algunas travesías de varios días, había vuelto el tiempo atrás, nuevamente era el niño  a los pies del morado, soñando nuevamente con sus glaciares y laderas nevadas.

Llego Noviembre del 2018, donde por trabajo con estudiantes de la Universidad Santo Tomas (escuela de Geología), visite la Laguna del Morado en 2 semanas consecutivas, así también con mi amigo Arnaud Chapuis, habíamos esquiado el Unión y el enlace del cerro Arenas hace poco, por tanto tenía todas las visuales y condiciones de la montaña, por sus distintos ángulos. A estas alturas la hoguera estaba ardiendo, pero la temporada de esquí estaba menguando.


Escala del andinista frente a la montaña (colección Arnaud Chapuis)

23 de Noviembre 2018

Finalmente Arnaud, un viejo camarada de montaña,  con quien hacía 15 años no subíamos una montaña de envergadura  juntos, se decide por ir, curiosamente todo parte de una invitación a realizar el ascenso por la normal, con unos amigos suyos, no sé cómo revierto el marcador y terminamos yendo sólo los 2, por la normal, pero  con los esquís. Lo cierto es que Arnaud, como buen francés es un esquiador excelente, además es un amigo a toda prueba y me viene de perilla como cordada para esta nueva aventura.

Partimos caminando del vehículo como a las 17 horas para llegar a la laguna del Morado en un par de horas, armar la carpa y tirarnos a dormir algunas horas antes de comenzar a ascender por el canalón de la ruta normal del Morado. Por lo avanzado en la temporada (altas temperaturas), decidimos subir siempre de noche y de esa manera, amortizar las posibilidades de desprendimientos  de seracs o avalanchas.


Vista de la pala superior hacia abajo (colección Felipe González)

24 de Noviembre 2018

Una luna colmada es cómplice y testigo de nuestros esfuerzos en la nieve poco consistente, para colmo no hay huella abierta así que nos toca  abrir muchas veces punta y codo,  para no llegar hasta la médula del manto nivoso. La pendiente es a veces superior a los 45°, por tanto no es posible calzar los esquís aun. Mi compañero abre con hábil maestría gran parte de la jornada, en repetidas ocasiones me siento sumamente perjudicado, ya que la huella de zancada larga de mi cordada no me acomoda, pero ¿qué culpa tiene de ser más grande el viejo?, así que resignado  debo hacer una nueva huella. En la mochila habita todo lo de campamento y equipo técnico, sin ser un peso extremo, es lo suficiente para progresar símil a un  topo.

Ya encontrándonos en la cota del gran seracs colgante comienza a amanecer, sentimos satisfacción que los rayos del sol aun no acaricien estas toneladas de hielo suspendidas sobre nuestras cabezas, salir del estado de vulnerabilidad. También disminuye la pendiente y  es posible calzar los esquís con las pieles, el avance se mejora increíblemente, mayor superficie contacto con la nieve y los esquís en los pies y no en la espalda.

Hace rato que no veo a Arnaud, se adelantó buenos metros y voy luchando con las pieles que se despegan a cada momento de las bases de los esquís, ¡Novato!, ¡Novato!, el día anterior recicle las pieles de mis esquís viejos, mi poca cercanía con el esquí de montaña me hace dejar las pieles como si las hubiera cortado a mordiscos y voy pagando mi ofrenda, es entonces cuando descalzo la vez numero mil, cuando la piel se sale por completo y producto de lo incomodo de la posición pierdo un esquí cerro abajo, ¡NOOOOOO!, un grito me desgarra desde las entrañas, acabo mi ascensión , todo el esfuerzo está perdido …….., pero en un acto de benevolencia, la montaña soñada me otorga una nueva oportunidad, el esquí con una velocidad impresionante brinco unos 3 metros de altura y quedo clavado 200 metros más abajo, no me molesta para nada  ir por él, era mi oportunidad  de seguir, pero quizás la última, acuso recibo del mensaje.

Después de unos 30 minutos randoneo recién logro ver a Arnaud quien viene a ver por qué demoro tanto, me hace señas que estoy próximo al campamento, que alegría, la meta del día esta próxima y por un momento siento que ya nada nos detendrá. Llego al sitio de campamento a las 10:30 de la mañana, casi 2 horas después que mi compañero, pero bien, es temprano tenemos todo el día para hidratarnos, comer y dormir.


Arnaud llegando al campamento alto.  (colección Felipe González)

25 de Noviembre 2018

El despertador suena apenas comienza el día en nuestra carpa a 4100 m.s.n.m.  Un nuevo turno nocturno para los jornales, breve desayuno y afuera, no sin antes el cómico ritual de colocar los botines dentro de las carcasas frías de las botas de esquí. Una vez en ruta nos envuelven las ultimas dudas respecto a la ruta posterior al cruce del glaciar, la luna se oculta tras las nubes y errarle puede ser decisivo, la pendiente aumenta y los esquís comienzan a resbalar, hemos subido lo suficiente para tener una caída de proporciones, así es que nuevamente esquís a la mochila y continuamos sin cuerda escalando nieve inconsistente de hasta 70° entre pequeños canalones de roca. La oscuridad de la noche nos oculta la exposición que habita bajo nuestras botas, sinceramente lo prefiero así, el que nada sabe, nada teme. En eso vislumbramos  2 luces, otros 2 andinistas que calculamos deben ir sobrepasando nuestro campamento, esto de alguna manera nos reconforta, no somos los únicos locos, hay otros dos enterrados en la nieve, quizás nos ayuden  abriendo huella, ehh, oohh, las débiles luciérnagas se pierden en la penumbras del amanecer. Posterior a unas 3 horas de lucha y nado sincronizado en la nieve blanda, conseguimos llegar a los filos cumbreros, esto nos motiva ya que con los primeros tonos del sol logramos identificar la cumbre, así también el viento y la nubosidad alta que proclama una inestabilidad en el clima. Son las 6:00 de la mañana y estamos en la fría y ventosa cima, tal como estaba presupuestado. Disfrutamos de la cumbre unos 20 minutos, sacamos fotos y compartimos recuerdos, como negándonos a lo que proseguía, que distinto seria haber bajado del helicóptero calzar los esquís y disfrutar del deslizamiento por los glaciares, pero no, esa no era nuestra situación, llevábamos un cerro encima y la fatiga asociada solo contribuye a la tensión previa a apretar las botas y lanzarse ladera abajo. Para esto elegimos un excelente plataforma de despegue, una pequeña terraza de 2×2 ubicada en el filo cumbrero anterior a la cima, con apenas 40 metros de desnivel.

Los primeros 200 metros de esquí predominó la sobrevivencia, poco giro y múltiples derrapajes, la ciencia radicaba en no caer en la pala de nieve superior y conectar por el canalón correcto, luego puro disfrute, solo matizado por el incendio en muslos y pantorrillas que nos hacen  parar a descansar recurrentemente. En breve llegamos al campamento, desarmamos y continuamos deslizándonos montaña abajo.

Aún es temprano, los tangenciales rayos solares aun no son una preocupación mayor, al pasar por debajo del seracs. La esquiada es extraordinaria en la parte alta y media, pero desde la mitad de la canaleta hacia abajo requiere de mayor velocidad para superar huellas de pisadas y relieves mayores modelados por el viento (pequeños penitentes), y la nieve pegajosa. En un momento Arnaud decide sacar los esquís y continuar caminando, por mi parte decido  estrujar el sueño, dar vuelta al otro lado y seguir durmiendo otro ratito más…., así llegamos a la parte baja donde está la banda rocosa, desescalamos y seguimos esquiando, pasando raudamente por la laguna y continuando hasta donde llegaba el camino antiguo de auto, han sido unos 1700 metros de desnivel esquiados en alrededor de 5 horas (incluyendo desarmada de carpa y todo).


Cumbre del Morado Norte Arnaud y Felipe (colecci´´on Arnaud Chapuis)

No fueron sino 3 décadas, las que tarde en entender la nostalgia de mi padre, no era la flor aplastada, ni tampoco la nieve en retirada propiamente tal, sino la melancolía de estar tantos años lejos de este ambiente ajeno, lejano y sagrado.

En la actualidad trabajo  en www.geoandino.cl , como guía/instructor certificado ACGM (guía local en el Cajón del Maipo), realizando salidas guiadas de escalada en roca/hielo y ascensiones de montañas.

Mis sinceros agradecimientos a mi esposa Valentina, por entender mi pasión, a mi amigo Armando Moraga, quien ha tenido una paciencia de oro en mi “deformación” de esquiador , al club Alemán DAV y a ANDESGEAR, quien me apoya con los mejores materiales de escalada, montañismo y esquí.