Relatos

Primer Ascenso del Morado y Mesón Alto – Traducción del relato de 1929

Días de Sol en la Cordillera

[tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»Aunque el título menciona el primer ascenso al Morado, el relato se refiere a un ascenso a una cumbre secundaria y no a la principal de este cerro.»](Primer Ascenso del Morado y Mesón Alto)[/tooltip]

K. M. W. Andinus

 

Sábado, 5 de enero de 1929. Estación Pirque, a primera hora en la mañana. Santiago duerme aún; pocos disfrutan de una mirada competente a nuestra llegada a la estación. Cargados como mulas nos botan de los autos a bordo: mochilas, cajas con carne, alforjas, cuerdas, piolets, etc. Pronto estamos sentados cómodamente a cuenta de nuestros compañeros de viaje.

San Gabriel. Nuestros bienes se bañan en el anhelado polvo de la cordillera y antes de que salgamos a las montañas libres, queremos rendir un homenaje a la civilización y presentarnos brevemente.

[tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»En latín en el original.»]Ab diana principium[/tooltip]  -nuestra única compañera que día tras día nos cuida como una madre, que tiene tan importantes utensilios de cocina y, lo que a menudo más nos parece, nos canta en las tranquilas tardes cuando nos acurrucamos junto al fuego suaves melodías criollas acompañadas de infinita melancolía. [tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»Como era tradición en la época, no se publicaban los nombres de los ascensionistas. En este caso, M se trata del montañista Albrecht Maass, P corresponde a Otto Pfenniger, W a Wolf (no se conoce su nombre de pila, pero podemos suponer que él fue el autor de este relato y que, por lo tanto, sus iniciales son K.M.), K debiera ser Conrads y v. P, Gerd von Plate.»]M …, organizador[/tooltip], uno de los primero ascensionistas del Marmolejo (6.100m), enjuto y siempre hambriento, su lugar de nacimiento, al igual que con el poeta de la Ilíada, se lo disputan unas 10 pequeñas ciudades; P …, guía de los asaltantes de la cumbre cuyo único defecto radica en la finalización y que bajo nosotros, ovejas negras, está como un lirio; W…, ascensionista del Tronador, símbolo del sur de Chile, su pedagogía falla ante las mulas y caballos flojos; v. P…, el orgulloso jinete, cuyos tarros traerán jugosos asados; K…, la encarnación del chiste, un alma sedienta que en la última hora fríamente se sacrifica a la hambruna; Manfredo O. … que nos trae lo mejor: su risa y la chispeante vitalidad de sus 16 años; K. …el que nunca puede olvidar que la banda le comió todo el manjar blanco y así sus propios y secretos pensamientos tomaron la delantera.

Otros tres queridos compañeros en todas sus particularidades: Don José María, valiente anciano de 64 años, incansable a caballo y a pie, narrador, médico y cocinero, chileno de antigua sangre hasta la punta de los dedos, orgulloso, hospitalario; su hijo, Modesto, que en el frío de una noche en la cordillera perdió el oído; y el Marucho, chiquillo de 8 años en el cual se probaron 8 diferentes métodos de educación, que recibe en la misma medida chocolate y bofetadas, que con su cara de bribón se asoma detrás de cada roca.

Una hora más tarde está todo listo para la partida; ocho cajas y nueve sacos son cargados. De esta manera partimos a la montaña 11 jinetes, 8 animales de carga y un burrito que con sus descuidos y su atractivo atrae mucha atención de las mulas, un verdadero obsequio funesto. Nuestros mejores jinetes ya dan vuelta a la esquina en un intento de galope y entonces don José María con su Estado Mayor, el Marucho en su mula blanca, la mula blanca que atrae hacia sí los animales de carga; finalmente Modesto, policía de la retaguardia.

Dejamos el ancho camino que lleva hacia la estación Volcán y doblamos hacia el valle del Yeso a mano derecha. Después de un rato ya tenemos detrás nuestro los últimos «ranchos»; más adelante vemos el caballo que se abre camino entre los quiscos, vestido de hermosos colores, con un encimero negro sobre la montura, coloridas alforjas por delante y por detrás. Continuamente se abre el panorama cada vez más: sobre el Yeso a lo lejos el Morro de las Cabras con los dientes del San Nicolás y el Listado, al fondo los Picos y las Puntas Negras, a la derecha el Mesón Alto, lugar de batalla de nuestros amigos.

Hermoso es Chile allá arriba en todo su esplendor y todo lo indescriptible viene hacia nosotros y nos transforma en despreocupados niños que con ojos radiantes y caras sonrientes cabalgan cada día hacia la montaña. Más abajo corre con ropajes grises el yeso, cada vez más profundo en el fondo del valle. Cada cierto tiempo una mula se tropieza bajo el peso de la carga y vuelve a enderezarse; a menudo el sendero lleva por pasajes poco atractivos y tras la llamada de nuestro guía, los jinetes de domingo deben dar la vuelta.

De esta forma llegamos al valle del Cortaderas, dejando atrás el del Yeso y tras una corta subida a las 7:30 montamos nuestro primer campamento a unos 2400m. Justo cuando la última mula se tropieza hacia la quebrada.

Valle del Cortaderas con vista al Mesón Alto

Apenas se arman las dos carpas se ponen las cajas alrededor del fuego; el Marucho no sale de su trabajo. Buscar leña, traer agua, lavar los platos. Los últimos rayos de sol se rompen contra el glaciar el Mesón Alto que como un río congelado cuelga de la orilla de las rocas y que con su atemorizante ímpetu amenaza hacia el valle. La primera noche en la cordillera comienza con magia cuando el fuego resplandece contra el cielo y oscuras formas cubiertas con gruesos ponchos se acurrucan en el suelo y armadas con mate y bombilla escuchan la canción del arroyo. Horas tranquilas e inolvidables a los pies de los orgullosos torreones.

Cuando el fuego silenciosamente se apaga, cuando el frío se hace más fuerte, comienza la batalla contra la maldad de los objetos. La carpa es pequeña y baja, de a tres tenemos que ingresar en ella sin sacudirnos el polvo, desordenando las frazadas o dando vuelta toda la historia que finalmente significa enrollar las frazadas con cuidado y deslizarse adentro de los sacos de dormir. Se escribe fácilmente, sin embargo, es dura la batalla nocturna con el saco de dormir y cada respiración robada se descarga sobre los fatigados. En grandes arcos vuela la lámpara de carburo contra las estrellas.

En el silencio de la noche, donde sólo se escucha el golpeteo del agua que escurre y del viento que juega con la carpa, camina el espíritu de la montaña entre la nieve y la luz de la luna y nos lleva a su poderoso reino.

Domingo, 6:00 de la mañana. Afuera don José enciende el fuego, gruñendo el Marucho trae la leña y ya luego está lista la bebida caliente de la mañana.

Lentamente se despierta el campamento, cada uno se acerca somnoliento al fuego. A la limpieza en la cordillera que es algo especial y no se puede evitar puesto que: [tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»En latín en el original.»]Non, nisi parendo, vincitur[/tooltip]Afeitarse se vuelve un crimen, según el contrato severamente castigado, el agua es una pertenencia del cocinero, jabón es veneno. Sólo la vaselina está permitida y ¡pobre! del futre que insista y se aparezca con un mentón rasurado. La cordillera lo transformaría en 3 días en un pobre y triste ser repudiado por sus compañeros.

Por motivos de exploración, las laderas que llevan al Morado son ascendidas por la mañana; por la tarde cabalgamos hasta los 3.100m, teniendo a mano izquierda del valle la arista del Mesón Alto, para intentar desde acá el ascenso al Morado. La vista que disfrutamos sentados sobre una quebradiza arista es fabulosa. A lo lejos se extiende el valle del Yeso, haciendo curvas hacia arriba hacia el Piuquenes. La banda plateada del Yeso culebrea escondida tras pequeñas colinas, entre grises murallas; en el Rincón del Valle enlaza como un poderoso nudo las verdes praderas. Hacia el Norte se ve el verde zafiro de la laguna Negra a los pies del Echaurren, que con sus cientos de puntas rodea al glaciar por izquierda y derecha – olas blancas, bordeadas de gris oscuro que se lanzan al azul del lago. Cien metros más refulge de color esmeralda entre las grandes rocas la laguna Encañada. Hacia el Este horadan el azul del cielo el orgulloso Mesón Alto con su bufanda y las macizas torres del Morado y San Francisco.

Abajo en el campamento hay un trabajo muy animado. Mañana se deb partir hacia las torres del Morado y las mochilas, voraces compañeros, se van llenando.

El tarro de vaselina es solicitado con frecuencia, al mismo tiempo está listo para la limpieza general, el tratamiento de heridas por fricción de las fieles espaldas de las mulas, nuestras propias extremidades y el engrase de los zapatos. Rápidamente obedecen los 6 las reglas de la disciplina del escalador y se meten en la carpa mientras nosotros, gusanos del valle, preparamos té, 4 litros de té, que a algunos mañana les puede proveer de un anhelado alivio.

Lunes 7. Nuevamente la vida comienza bastante antes de la salida del sol, puesto que el día se va a hacer con seguridad muy corto. Bajo el peso de las mochilas se balancea la mula por el sendero hacia arriba; otra vez un [tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»En castellano en el original.»]abrazo[/tooltip] para aquellos que, como siempre, van a enfrentar por caminos no pisados hasta ahora el destino desconocido de los montañistas. Por un tramo cabalgamos juntos hasta que la banda tuerce en dirección a la montaña: todavía escuchamos el ruido de las piedras que sueltan las patas de las mulas. Un último [tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»Canto sin palabras típico de los Alpes»]Jodeln[/tooltip] y sólo nos acompañan pensamientos, hora tras hora.

El campamento queda triste atrás en la hondonada, más arriba los alegres compañeros ya se las tienen que ver con el sol implacable. Hacia arriba, al aire libre, por angostas huellas pasan las horas más rápido. A las 9:00 vamos de a 2 (don José y Modesto fueron hacia arriba a los pies del Morado, sólo el chiquillo cuida nuestras pertenencias) de vuelta hacia abajo al valle del Cortaderas. Lentamente nos balancean los animales por la abrupta ladera hacia abajo y luego siguen al trote hacia el Yeso; las mulas se pasean ágilmente entre las rocas y cactus y con cuidado las conducimos entre los 2 brazos del estero. Mientras más avanzamos, más vida aparece a nuestro alrededor. Por todas partes vuelan trinando y curiosos los pájaros; la paloma silvestre nos acompaña con un vuelo flojo, manchas verdes, amarillas, negras y rojas se reflejan en el aire – un verdadero paraíso de aves. Al llegar al Yeso encontramos el camino del ganado que va hacia Argentina y al galope seguimos río arriba. Al otro lado, se pierde detrás de las lomas de la laguna Encañado el camino que lleva a la laguna Negra. El camino empeora, la tierra se resbala bajo las pezuñas de los animales, con esfuerzo se sigue subiendo, a la derecha escarpadas rocas, a la izquierda el despeñadero por donde el Yeso empuja entre las angosturas. Uno se siente realmente aliviado cuando esto pasa y puede pensar con humildad la influencia que puede tener para nuestros sueños una pezuña más o menos segura.

A la derecha el Mesón Alto nos envía innumerables canaletas con agua que ya corren por las últimas lenguas de nieve. Desde rocas de calcita socavada, como desde la fuente de una plaza allá en la Selva Negra, el agua salta burbujeante desde la altura en olas hacia el valle; allá abajo una gruta, cerrada por una cortina de agua de millones de perlas brillantes que fascinan a la vista. Al poco rato llegamos a unas hermosas vegas donde con gusto dejamos las riendas de los animales que se dan vueltas comiendo en el verdor que rara vez les ofrece la cordillera. Ahora hay que seguir en contra del viento. Las empeñosas «orejas largas» quieren levantar sus puntas y el jinete hace bien en cada una de las innumerables curvas en mantener el equilibrio y, cuando no hay otra alternativa, sin vergüenza, en sostenerse de la montura. Delante nuestro el valle se va poniendo más estrecho, rocas se levantan en torreones, el Mesón Alto con sus estribaciones cae directo sobre el Yeso. La testaruda cabeza de las mulas tiene que admitir que la humildad es necesaria y probando cuidadosamente con las pezuñas la firmeza del suelo suben los animales por la escala natural, apenas del ancho suficiente para permitir el paso de los jinetes. Finalmente, mientras nuestros talones rozan por ambos lados la roca, vamos delante nuestro un paisaje sacado de Suiza. Una cuenca ancha y verde, el Rincón del Valle, donde el Yeso corre más lento y se abre en cientos de brazos que corren entre coloridas vegas. Vacunos aburridos van para allá y para acá, asustados potrillos relinchan a los costados, por sobre nosotros vuela una bandada de patos y en los juncos graznan ocupadas las [tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»Tipo de pato salvaje también conocido como tagüita.»]pollollas[/tooltip]. Un corto galope y ya están nuestros jadeantes animales delante de una cabaña de piedra, el antiguo resguardo de Carabineros, que hasta hace poco vigilaban acá el camino a la frontera. Idealmente situado, …acurrucado como un perro a los pies de la abrupta pared y parpadeando despierto en el sol de mediodía hacia el Rincón del Valle. Una familia de arrieros se ha instalado, el padre, chileno rudo con gran barba negra, la madre, siempre preocupado en elevar el número de habitantes del país y la correspondiente multitud de niños que están alrededor como los tubos de un órgano, caras simpáticas y sanas, para nada sucias.

Cruzando el Yeso (Puntas Negras más atrás)

Tan fácil como parece [tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»En la época del relato no existía aún el embalse del Yeso por lo que el autor del relato habla del río Yeso.»]el cruce del río Yeso[/tooltip], tan peligroso debe ser el dejar al propio criterio el cómo hacerlo. También acá vimos unos días más tarde por primera vez a don José poniendo a prueba los conocimientos de los demás. Ramoncito, un pequeño y vivaracho demonio de quizás 8 años, sirve de guía y se sube ágilmente a un gran jamelgo. Las impetuosas aguas nos mojan por todos lados, pero el vado es bueno y continuamos por un terreno blando a través de un pantano de colores fantásticos por el cual un agua cristalina permite reconocer de forma asombrosa todos los detalles del fondo. Un tipo de pato, importunado, se sacude sobre la superficie del agua; un disparo lo hiere aparentemente sólo de forma leve. Sin embargo, cuando vi salir nadando a nuestros pies desde el hermoso nido hecho de juncos y que está anclado como una isla cerca de la orilla, a la preocupada madre con 3 pequeños que todavía no pueden volar, dejé los disparos. Más aún cuando el botín habría sido casi imposible de rescatar de entre los juncos. Poco después tenemos delante el objetivo de nuestro día, la [tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»Esta laguna hoy no existe puesto que desapareció con la construcción del embalse El Yeso.»]laguna Rincón del Valle[/tooltip] (también conocida como laguna Piuquenes), densamente habitada por aves acuáticas, principalmente patos y pollollas que, sin embargo, se mantienen fuera del alcance de nuestros disparos. Finalmente en un rincón de la laguna, donde las Puntas Negras con sus abruptos glaciares se reflejan en las aguas, me es posible acercarme; el disparo retumba a lo lejos, los caballos se intranquilizan y al otro lado caen, con un último gesto de elegancia entre las olas, dos pollollas. El viento ahora parece querer proteger a sus hijas aladas y las lleva hacia el medio de la laguna. Rápidamente estoy desnudo dentro del agua y de la misma forma nuevamente afuera – gélido. De esta forma le hago señas a mis compañeros para, al menos, tener apoyo moral, puesto que yo tengo que ir a buscar el asado, sino allá arriba en el campamento las risas no van a terminar. Por 15 minutos nado hacia mis víctimas y cuando congelado salgo del agua, pienso todavía tembloroso en el bien ganado refrigerio. Sin embargo, en ese momento un buen consejo es costoso; en el apuro no he puesto nada en las alforjas. Un mal cuarto de hora durante el cual debo escuchar la risa irónica de la representante del sexo opuesto. Por demasiado tiempo había criticado semejantes excursiones; que dulce debía ser la venganza. Ramoncito, con su boca abierta, sorprendido por la controversia y cierto mal humor que recién se nos fue cuando probamos la deliciosa leche de cabra en la cabaña del arriero. Ya conocemos el camino y podemos sacar a los animales mientras el viento sopla en nuestros oídos y el sol de la tarde resplandece sobre la naturaleza intacta. Ahora, cuando volvemos a casa, los caballos ya no necesitan de las espuelas y cuando yo, en eterna lucha con el rifle que constantemente amenaza con enterrarse en mis costillas, cabalgo hacia arriba hacia mis compañeros, que para hacer la ironía completa, me esperan en la carpa con un plato de sopa.

Don José mueve la cabeza con indulgencia por sobre nuestro pobre botín. A las 8 de la tarde, todavía demasiado claro para intercambiar las prometidas señales de fuego, disparamos un tiro y todos escuchamos con atención hacia la montaña. Finalmente, apenas perceptible, escuchamos un tiro de revólver, apagado por las rocas. Así que todo va bien allá arriba en las ventosas alturas; rápidamente se enciende una fogata de la que se elevan las llamas. Tras la llegada de la noche, aparece arriba en las rocas, a una altura aproximada de 4000m, el brillo de una linterna y por un buen rato intercambiamos saludos.

Martes. Nuestra compañera tiene un poco de fiebre y lo que es peor, un dedo pulgar que se ve mal y que supura fuertemente, como todas las heridas que traen nuestros amigos desde la montaña. A pesar de eso salimos del campamento a las 11:00 de la mañana y subimos por las verdes laderas del San Francisco hasta aproximadamente 3.300m sin que nos haya sido posible observar con los prismáticos a nuestros compañeros en las paredes del Morado debido a la densa niebla. Para pasar el tiempo, don José nos da una clase de farmacéutica explicándonos todas las fuerzas curativas de las plantas de la cordillera que tenemos a nuestro alrededor. Para cada mal de los hombres tiene él una planta y con risa traviesa nos muestra la hierba contra el [tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»En castellano en el original.»]mal de amor[/tooltip]. Que él con sus 64 años se la haya dejado en su bolsillo me deja mudo. Pronto el frío viento nos obliga a dejar la expuesta arista y un nuevo tiro de revólver desde abajo a las 8:00 se lleva nuestras preocupaciones. Un poco más tarde titila en el campamento, en el mismo lugar de ayer, el brillo de una lámpara.

Miércoles. ¿Quién quiere salir a caminar cuando en cualquier momento los escaladores del Morador pueden estar de vuelta? Modesto sale temprano con una mula hacia el Morado.; al mediodía yo lo sigo a pie. Casualmente me equivoco y sólo encuentro a nuestros amigos ya de regreso en el campamento, todos en buen estado y tomándose una sopa. Alguno ya se arrastra cansado y silencioso hacia la carpa; sólo nuestro amigo W… incansable, toma lugar entre nosotros y mientras el mate caliente corre en círculos, finalmente satisface nuestra curiosidad.

«Nosotros no somos los primeros en intentar el ascenso. El 27 de diciembre de 1926, [tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»Nuevamente el autor se niega a entregar nombres. Es posible que K sea Krückel, F Fentzahn, E Eschenburg mientras que B permanece en el anonimato.»]los señores K., B., F. y E.[/tooltip] atacaron por primera vez el cerro. El grupo inferior de rocas presentaron bastantes dificultades, tanto así que los miembros del grupo no tuvieron tiempo para la arista y la cumbre y tuvieron que regresar sin terminar su tarea. El 2 de noviembre de 1927 ascendieron [tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»Nuevamente K. puede ser Krückel, M. podría ser Maass y el otro K. Conrads»]los señores K., M. y K.[/tooltip] Ellos alcanzaron la arista a una altura de unos 4.600m, pero debieron constatar que era imposible alcanzar desde este punto la cumbre. Además la fecha elegida fue demasiado temprano, lo que aumentó la dificultad de algunos pasajes.

Dos de los miembros del grupo anterior ya conocen la subida; también nos alegra que don José ya haya subido con el otro grupo hasta los pies del Morado y así rápido se pasa por las primeras lomas hasta el siguiente acarreo que se ubica a mano derecha del valle del Cortaderas. Gracias a Dios vamos a caballo porque no debe ser divertido subir a pie por ese acarreo suelto. Don José nos lleva hacia arriba tanto como los animales son capaces de subir. Alcanzamos la parte superior del acarreo que se acumula a los pies del Morado y donde se encuentra un grupo de rocas. Pequeño descanso, abajo se ve pequeño, como un juguete, nuestro campamento, la carpa blanca brilla al sol y al otro lado se levanta el Mesón Alto como si nos quisiera desafiar a un combate. Detrás nuestro se levanta abrupto el Morado. Se cargan las mochilas, una última despedida y ya están los primeros en la roca. Por todas partes hay de donde sujetarse; si no fuera por las mochilas sería un placer. Tras unos breves momentos se han superado las dificultades. Nos encontramos en el primer nevero, la primera nieve a la que se la saluda como a un viejo amigo. En diagonal subimos por un acarreo mientras las mochilas hacen más presión y alcanzamos jadeantes la canaleta de nieve que ayer habíamos visto para el ascenso. El sol señala el mediodía; se deshiela y gotea por todos lados. Un trago frío hace bien, todavía estamos de buen humor. Después de tantas semanas que uno ha pasado en la ciudad, el trabajo en la montaña es una liberación. A continuación seguimos entre penitentes, que en promedio tienen 1m de altura; luego vamos cambiando constantemente entre nieve, roca y acarreo. Una tras otra van pasando las horas, mientras vamos ganando altura. Lentamente se completa cada movimiento de forma casi mecánica; la conversación está prohibida. Para el observador debiera ser una imagen de la desolación; esos seis hombres que se arrastran esforzadamente hacia arriba por ese muro gris. Sin embargo, son esas horas del ascenso las más hermosas, cuando el cuerpo se debe esforzar y la mente se siente liberada.

En la tarde alcanzamos el lugar donde el otro grupo que intentó el cerro hizo una pausa. Encontramos dos lugares adecuados para poner las carpas. Rápidamente se instala una sobre la roca colgante; espacio suficiente para tres. La segunda carpa nos toma bastante más trabajo puesto que se debe construir una plataforma. Metódicamente se apila una piedra sobre la otra, luego se levanta la carpa que se asegura con grandes piedras contra una posible tormenta. Estamos a 4000m y entre algunos ya se notan los efectos de la altura: dolores de cabeza, dificultades para respirar y, lo que es peor, falta de apetito.

Una taza de té y un poco de pan de mantequilla es todo lo que tomamos y la cena más hermosa queda intacta. El sol de la tarde, que vierte sus rayos sobre la roca desnuda, se esconde en el horizonte; sobre el glaciar del Mesón Alto se desliza un último resplandor. Un viento frío se arrastra por la roca. Son las 8:00. Todo está silencioso y de repente resuena un disparo desde el valle, valioso mensaje. Allá arriba se aferran las pequeñas carpas en la poderosa roca mientras el viento las azota sin piedad. Nos sentimos pequeños e insignificantes y cuando la señal de fuego lanzada desde el campamento brilla en las alturas, nos sentimos felices porque otros, desde la lejanía, intentan enviarnos a través de la nieve y la roca un mensaje de alegría.

Aproximadamente a medianoche, los durmientes se daban vueltas intranquilos en el duro campamento. Lentamente pasaban las horas. Finalmente llega la mañana. Ahí no hay tiempo que perder; se arman las mochilas, se toma un trago de té caliente y se parte mientras las carpas abiertas nos esperan para la próxima noche.

Seguimos subiendo por la canaleta. Una banda de [tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»En castellano en el original»]penitentes[/tooltip] se ve ahí a lo largo. Hay algo ceremonioso al ver estas columnas de nieve en el sol de la mañana, como penitentes con abrigos blancos que en una larga comitiva con cabezas gachas peregrinan hacia el valle. Hasta acá hemos tomado la misma ruta de ascenso que en los intentos anteriores; ahora comienza la ruta diferente que queremos seguir esta vez. En lugar de seguir en línea recta hacia arriba, doblamos a mano derecha. Acá entra en función la tiza con la que en pasadas de roca similares se marca la ruta con flechas. Estas marcas nos debieran facilitar bastante el descenso. Una pasada fuertemente congelada nos da algunas dificultades; luego seguimos por una canaleta de acarreo fácilmente hacia adelante. A mano izquierda el terreno se vuelve visible y se nos ofrece una maravillosa vista. Al frente está el Mesón Alto; observamos el poderoso y agrietado glaciar, sobre el cual se proyectan las sombras de los torreones del cerro. Un cordón de cerro se ordena tras el otro hasta el último que se funde con el azul del cielo. A nuestros se encuentra el valle del Cortaderas, un pequeño punto blanco nos muestra el campamento. Se hace una pequeña pausa para disfrutar de la belleza y discutir acerca de la ruta a seguir sobre la cual todavía tenemos dudas. ¿Debiéramos rodear las rocas que están más adelante o ir hacia la izquierda e ingresar a la siguiente canaleta? Para averiguar sobre la utilidad de esto último partimos dos adelante; apenas cien metros más allá aparece delante nuestro una profunda y angosta quebrada con abruptas laderas. Más allá parece estar la cumbre principal a mano derecha, como construida por la mano del hombre, hay una banda a lo largo de la roca. En ese instante podríamos haber celebrado. Especialmente seguro no es el pequeño camino, a cada paso caen piedras y bloques de roca con estruendo, sin embargo, logramos avanzar constantemente, luego por una pequeña pasada de roca, entonces de nuevo por un acarreo hasta un nevero donde hacemos una pausa. No hay más duda, la cumbre principal está realmente delante nuestro. Una hermosa arista lleva hacia allá arriba, puede estar a un par de horas de distancia, pero no es un simple paseo. ¡Entonces arriba! De inmediato los primeros 100m nos muestran como uno se equivoca en la cordillera. Debemos subir a una punta rocosa y cada paso es una prueba a su estabilidad. Esto vuelve a tomar tiempo. Finalmente lo tenemos tras nosotros y volvemos a subir por acarreo que lleva hacia arriba a la arista. Acarreo, acarreo y otra vez acarreo, esto no es muy bonito, pero lo único posible para seguir subiendo. Las rocas están demasiado descompuestas como para intentar ascender por ellas. Alcanzamos un portezuelo de la arista a unos [tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»En la época del relato se le atribuían 5060m de altura al Morado. Por mucho tiempo se mantuvo este error hasta que se corrigió por la altura que se le atribuye actualmente de tan solo 4647m»]4700m[/tooltip]; exactamente ya no se puede constatar, puesto que nuestro altímetro ayer a 4000m ya había dado lo mejor de sí. Ahora miramos por primera vez al valle detrás del Morado que lleva al valle del río Volcán. Es una pequeña decepción. Uno sólo puede suponer que acá con buen tiempo se ofrece a la vista un panorama maravilloso; ahora está todo cubierto por espesas nubes bajo las cuales se extiende un gran campo de nieve. El viento resopla helado en nuestros oídos, de vez en cuando pasan húmedas nubes por donde nos encontramos, es como si de pronto el tiempo conspirara en nuestra contra. Las paredes de la arista caen abruptas y algunas pasadas se ven muy peligrosas. Nos encordamos y vamos en dos grupos. Entre nosotros amenaza la idea de dar la vuelta puesto que finalmente uno no sube sólo para poder decir: «Yo fui el primero que estuvo allá arriba». Uno quiere estar en la cumbre y mirar hacia abajo el mundo de las montañas. Esa es la mayor suerte del montañista: estar arriba de todo, ver montañas tras montañas, entremedio lagunas que brillan como ojos azules, arroyos de montaña, que relucen como hilos de plata al sol y todo conseguido en una lucha en la que el juego, placer y peligro se intercambian y que a nosotros por un instante nos deja soñar en la lejanía para tener las fuerzas preparadas para la próxima ocasión.

Y ahora todo es nada, delante nuestro una niebla gris lo cubre todo. Lentamente subimos por la arista. El cansancio se hace notorio; algunos integrantes del grupo sienten la altura. A las 4 alcanzamos la cumbre Norte, aproximadamente a 5000m. Al alcance de la mano, apenas 50m más alta, delante nuestro se ve la cumbre Sur. Agotados hacemos una pausa y encontramos en una cavidad en las rocas protección contra el viento y el frío; no nos sentimos bien, uno de nosotros comienza a vomitar, otros intentan sin éxito combatir el cansancio. Deliberamos. La ruta la vemos, es una hora más de trabajo hasta la cumbre Sur. Sin embargo, es necesario un rapel, puesto que la cumbre Norte en la que nos encontramos tiene una caída vertical de unos 30m hacia ese lado. La subida hacia la cumbre Sur puede tener algunas dificultades, pero por todas partes hay resaltos y escalones que posibilitan la escalada. Sin embargo, una mirada al reloj y a la pequeña pandilla decide todo de otra manera. Son casi las 5:00, el tiempo no ha aclarado; de todas maneras debemos alcanzar el campamento en la oscuridad y de esta forma se hace necesario el regreso inmediato.

Las marcas nos facilitaron de todas maneras el descenso mientras las rocas quebradizas nos obligaban a tener el máximo de atención. Una cascada que en la subida presentó dificultades por estar congelada, la evitamos por una chimenea lateral que no vimos en la mañana y por la que se podía bajar con facilidad.

Por segunda vez nos albergaron las carpas y temprano en la mañana salimos hacia el valle al punto acordado donde Modesto toma las mochilas y las carga en las mulas, más adecuadas para llevar este peso.

El Morado ya no guarda más secretos. La cumbre Norte fue vencida y la ruta de ascenso a la cumbre Sur quedó establecida por lo que es sólo una cuestión de tiempo que alguien la termine. ¡Qué diferente es la atracción que ejerce el Mesón Alto! Su glaciar nos ha llamado la atención a todos, mientras que la horrible roca descompuesta del Morado con toda su monotonía, sus aristas intransitables por este lado lleno de acarreos lo hacen un objetivo indigno.»

El amigo W. ha terminado, su mate está frío desde hace rato y de premio recibe el «Schweizerstumpen» que sólo tiene una desventaja: su dueño debe callar.

Jueves. Para la salida del sol ya están nuestros animales ensillados. De a seis con don José vamos hacia el Yeso, demasiado lentos como para alcanzar a los jinetes traviesos, nuestra amazona, con el dedo pulgar ya sano, y Manfredillo quienes desaparecen en el horizonte.

Sin embargo, no es una batalla pacífica, sino que más bien horrible la que se libra más adelante. La recia y dura amazona bailando sobre la elegante mula gris, aquella que no es de nuestros animales, mientras desciende entre las rocas y Manfredillo descuidadamente la sigue de la forma mapuche, colgando de la montura con su macho negro contra el viento. Para nada hay desacuerdo, hay que estar adelante para saber lo que significa estar en este camino angosto que sólo tiene espacio para un jinete con la abrupta caída al Yeso a la izquierda y las rocas a la derecha. Insultos homéricos van de animal a animal, pareciera que la competencia también recae en la «mula indecente» y en el «macho sinvergüenza». Cuando llegamos a la cabaña de los arrieros nuestros fugitivos hace rato que se han reconciliado alrededor de una taza de leche de cabra, sólo los animales siguen peleando por más pasto.

Ramoncito nos lleva otra vez por el Yeso hasta la laguna del Valle donde uno duerme una siesta, otro se da un baño en las frías aguas y otro, con más suerte esta vez, como yo, le disparan a las pollollas para tener algo para la sopa. En el camino de regreso nos debemos esforzar para rodear toda la laguna por el caos de rocas de la morrena de las Puntas Negras. Por donde nos lleva Ramoncito, donde él piensa que está el vado, se ve mal, los animales se inquietan en el terreno inestable que sube y baja bajo sus pezuñas. El nerviosismo alcanza incluso a los jinetes y Ramonicto debe oír algunas malas palabras. Pero como él está seguro de lo que hace, agazapado detrás de nuestra amazona golpea su animal con los estribos en las costillas. Y de esa forma sale la mula del agua y vuela por el terreno pantanoso.Ahí se avanza con fuerza, sin detenerse ni mirar y ya va la pandilla detrás de la mula, con lagrimas en los ojos debido a la risa nos apeamos delante de la cabaña.

Pronto se mueven las pequeñas nubes de polvo a lo largo del valle del Yeso. las pezuñas tiran las piedras lejos, el agua salpica y ya arriba en el Cortaderas tenemos nuestra comilona con queso y leche.

Viernes. A primera hora en la mañana cabalgamos todos por el valle del Cortaderas hacia arriba para hacerle compañía a nuestros amigos que quieren sostener una segunda batalla: Mesón Alto. Anteayer, tras el regreso desde el Morado, habíamos recorrido el valle para reconocer la primera parte de la ruta de ascenso. Maravilloso atardecer, donde nosotros desde las 5 a las 6 escuchamos caer las avalanchas sobre la terraza del Mesón Alto, como varios seracs caían delante de nuestros ojos haciendo un ruido atronador, rocas cayendo como lluvia que luego hacían un ruido sordo al alcanzar el valle del Cortaderas. Tras 2 horas de cabalgata llegamos hoy a la nieve. Don José se devuelve con los animales, 5 amigos se preparan para iniciar la marcha, mientras nosotros de a 3 (Manfredillo nos va a acompañar debido a que un fuerte resfrío le impide a él pasar «[tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»Término usado en la época para referirse a aquellas noches en que los montañistas no alcanzaban a regresar al campamento y debían pasar la noche al aire libre. En castellano el original.»]noches tristes[/tooltip]» en el glaciar) avanzamos bajo los cientos de metros de la gran pared del Mesón Alto, la que hacia el Suroeste se quiebra y donde anteayer escuchábamos las caer las enormes masas de hielo. Cruzamos por algunos restos de avalancha y seracs y con la horrible sensación de la naturaleza amenazándonos estamos contentos a esta hora de poder ver las terrazas de hielo en calma. Por acá y por allá debemos evitar las grietas a las que los restos de la avalancha les dan el aspecto de un glaciar en miniatura; entonces cruzamos, quizás más rápido que lo que queríamos una hermosa y gran cascada que trae los deshielos del glaciar del Mesón Alto, esto debido a que con la humedad que trae la lluvia en polvo empujada por el viento también caen piedras de las que preferimos mantenernos alejados.

Una vez en la canaleta que separa el Mesón Alto del Cortaderas subimos a mano derecha a una lengua de nieve no demasiado empinada y que después del agotador acarreo es bienvenida. Mirando hacia atrás vemos a nuestros amigos que esforzadamente cargados con provisiones, carpas y equipo de escalada ascienden aproximadamente a nuestra misma altura. Al mediodía dejamos la nieve y escalamos encordados por una fácil chimenea aunque con malos agarres en la roca. Tras 4 horas de trabajo en el calor ardiente nos encontramos a los pies del glaciar; no en nuestro objetivo- 50m más arriba hay orgullosos y negros penitentes que ya han atraído a nuestras cámaras (probablemente una avalancha de primavera que se mezcló con tierra cayó sobre el glaciar entre los penitentes y la nieve se derritió rápidamente mientras que la tierra quedó pegada a las columnas de hielo). Pero un buen consejo es caro: en el lado Sur de la canaleta se levantan las abruptas paredes del Cortaderas, escalables, aunque a esa hora cae una piedra tras otra por ella. Nos encontramos a 3.700m ya arriba de la lengua del glaciar; para seguir subiendo debemos cruzar la lengua, un bloque único de hielo por el que corre agua hacia abajo. Es recomendable hacer una pausa, al menos, para respirar y observar la cosa un poca más de cerca. Y ahí se nos va el entusiasmo por seguir ascendiendo. El lugar es poco atractivo, un valle cerrado donde la superficie de los glaciares y paredes desnudas reflejan el calor abrasador. Realmente nos estamos asando y, lo que es peor, de a poco vamos quedando ciegos a pesar de los lentes de sol. Así se protege la naturaleza cuando el hombre se acerca al salvaje esplendor de la montaña donde ella es amo y señor. Sobre nosotros amenaza el gran cono del torreón inferior del Mesón Alto, más hacia el Sur el paso del Cortaderas al que queremos llegar y por todas partes las brillantes columnas de hielo como miles de espejos dentro de las cuales, como cuervos, habitan los penitentes negros. A nuestros pies, todavía pequeños y sin forma, avanzan lentamente los penitentes en forma orgullosa, delicada hasta transformarse junto a la pared de roca en colosos de hielo, cuidadores eternos de la montaña. Tras una mirada más tranquila el cruce de la lengua del glaciar parece decididamente atrevido. La montaña ha creado una barrera. A cada instante cae un bloque de hielo por la canaleta en forma veloz y atronadora, entonces la pandilla sigue con la mirada pequeños satélites que saltan por el aire salpicando agua para todas partes y terminan golpeando la roca. Las piedras barren sin cesar la canaleta así que colgamos nuestros laureles en el próximo penitente. Nos encontramos en una pequeña elevación, 5m a mano derecha caen las piedras, en la chimenea 5m a mano izquierda, silban los bloques de hielo. Con seguridad el ascenso al Mesón Alto por acá es más corto puesto que se evita la gran curva por el glaciar hacia el torreón inferior; sin embargo, el cruce de la lengua sólo puede intentarse a primera hora en la mañana cuando el frío mantiene las rocas firmes en el hielo.

Tras un descenso agotador, aunque sin peligros, por la morrena del Cortaderas llegamos a la vega donde don José nos dejó tres caballos. De esta forma seguimos rápidamente al campamento mientras arriba nuestro vuelan dos cóndores. Sin embargo, Modesto me ha dejado un jamelgo y, lo que es peor, una pequeña montura chilena por lo que debo soportar algunos dolores.

Sábado. Una semana en la cordillera. Nuestra compañera tiene fiebre y su dedo pulgar nos preocupa puesto que la infección avanza. Manfredo todavía no se ha recuperado completamente de su resfrío; así que nos quedamos en la carpa durante el horrible calor de la tarde. Afuera, como siempre a esta hora, es desagradable debido a que el viento no lo deja a uno nunca tranquilo. A las 4:00 se pone peor, el viento sopla alrededor de la carpa y estamos preparados para salir volando en cualquier momento. Al atardecer baja Manfredo con el Marucho hacia el Yeso y consigue una gran cantidad de presas en el paraíso de las aves; algunas palomas silvestres encuentran su camino hacia nuestra olla.

Domingo. Don José le declara la guerra al dedo pulgar envenenado. Finalmente la supuración llega a su final – creemos nosotros que gracias a la ceniza que don José usó-, pero la uña está perdida. Manfredillo va conmigo con caballos descansados a la laguna del Valle; una vigorosa cabalgata de dos horas. Desde ahí cabalgamos hacia el Paso de los Piuquenes que brilla a lo lejos con su cumbre triangular achatada. A las 2:00 estamos de nuevo en el campamento aunque demasiado tarde como para recibir algún resto de la olla que fue devorado por nuestros vencedores del Mesón Alto. Por cansancio parece que no hay ánimo de conversar, al contrario del Morado a pesar de haber regresado hoy con una victoria completa.

A pesar de algunas dificultades con la digestión, nuestro [tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»Probablemente Albrecht Maass»]amigo M.[/tooltip] se da el tiempo de contarnos la batalla en hielo y roca:

«En semana santa de 1927 se hizo un intento de ascenso y fue por el valle que está más arriba por el Yeso, el estrecho Cajón de las Leñas. Los miembros del grupo habían subido por una empinada ladera de acarreo que se abre sin fin y que les agotó sus fuerzas. Tarde encontraron a casi 5.000m un pequeño plateau que, al menos, les ofrecía lugar para sentarse y donde se prepararon para pasar la noche. Fue la noche del temblor de semana santa que causó todo tipo de años en Santiago y que quedó como un mal recuerdo en la memoria de los miembros del grupo puesto que las piedras pasaron zumbando junto a sus orejas. El campamento nocturno sin carpa contra el viento con un frío feroz se llevó las fuerzas de los montañistas de tal manera que al otro día estos no se sentían capaces de escalar el Mesón Alto por lo que siguieron una estribación a mano izquierda que se eleva hasta los 5.400m, es decir, casi 200m más alta que el Mesón Alto y que en las cartas no tiene nombre. El señor Krückel, a quien hay que agradecer los intentos al Mesón Alto y al Morado pues su información fue muy valiosa para nuestro éxito de hoy, bautizó el cerro sin nombre como [tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»No existe claridad acerca de qué cerro puede ser éste, podría tratarse de una antecumbre del Loma Larga, pero lo cierto es que el nombre Caymán no prosperó con el tiempo.»]cerro Caymán[/tooltip]. Una constante caída de piedras hacen el ascenso del Mesón Alto por esta cara poco recomendable.

Como fruto de todas las experiencias acumuladas se constató la necesidad de contar con una carpa de montaña liviana para armar un campamento de altura, lo que también se realizó en el Marmolejo.

En los primeros intentos de ascenso al Morado, que ofrece magníficas vistas al Mesón Alto, nos parecía casi imposible buscar una ruta a la cumbre por el agrietado glaciar; sólo tras el cruce exitoso del glaciar del Marmolejo se volvió a considerar esta posibilidad. Desde la laguna del Valle el cerro presenta su cara más abrupta. Un ascenso parece posible hasta unos cientos de metros bajo la cumbre, donde entonces unas rocas verticales impiden el paso. Por lo tanto, sólo quedaba el ascenso por el valle del Cortaderas. Desde el portezuelo que se forma entre el Cortaderas y el Mesón Alto, donde se termina el glaciar o por otro portezuelo que se forma más a la izquierda entre el Mesón Alto y un morro sin nombre y que queda a unos 600 a 800m por sobre el valle. Una empinada ladera, fuertemente cubierta por nieve, lleva hacia arriba desprotegida de la caída de rocas. La mencionada ladera fue elegida para el ascenso.

Un creciente calor se deja sentir sobre la ladera que tras una bree despedida de los amigos debemos ascender: más adelante hay nieve dura cubierta de polvo y cruzada por grietas. Los crampones nos son de gran utilidad y avanzamos relativamente rápido a pesar de la pesada carga que llevamos. Todo el tiempo nos saludan los tres camaradas desde el final del valle, donde el calor también les hace correr gotas de sudor. Manteniendo la distancia y con cuidado cruzamos lentamente hacia la derecha para así salir de la zona de avalanchas. A mediodía alcanzamos finalmente el portezuelo entre el Mesón Alto y el morro. En un lugar adecuado, con vista al valle del Yeso y la zona de la laguna Negra hacemos una pausa. El calor alrededor nuestro, fortalecido por la nieve, comienza a hacerse desagradable.

Nos sacamos los crampones, viene de nuevo acarreo y rocas, hasta que cerca del atardecer alcanzamos el glaciar que se levanta como un baluarte inescalable delante nuestro. Con ayuda del piolet comenzamos a aplanar el terreno para poder armar las dos carpas. Los rayos del sol del atardecer producen mágicos colores sobre el muro de hielo delante nuestro que con los colores cambiantes del crepúsculo generan una visión fantástica. Por todos lados cruje el hielo; el agua deja de salpicar, el soplo frío de la noche se siente. Cuando el sol se está poniendo hago una exploración a lo largo de la barrera de hielo hasta donde el glaciar comienza a caer para encontrar una entrada adecuada al agrietado baluarte. Por todas partes hay grietas, más o menos escondidas, un verdadero laberinto para el que es necesario hacer a cada paso un enorme trabajo en hielo. El campamento está oculto a mis ojos por fantásticas formaciones de hielo, por todo mi alrededor hay hielo y nuevamente hielo; me imagino solo en este desierto congelado, sin voces humanas, sin el ruido de algún animal en mis oídos. Esta soledad infinita oprime mis sentidos ya cansados. Para mí es como si esos gigantes delante mío tomaran formas amenazantes para advertirme a mí, temerario intruso, a desalojar su reino que no ha sido pisado por ningún hombre aún. Por arriba mío brillan las estrellas y los pensamientos retornan hacia los gigantes de hielo del glaciar del Marmolejo y entonces recuperé la confianza. Decidido regresé para volver rápidamente con mis compañeros al campamento y esperanzado informarles que sí es posible pasar el glaciar, posiblemente haciendo escalones en él.

La cena y el té caliente animan el ambiente general. El anafre genera una atmósfera acogedora alrededor nuestro. Las luces del atardecer que se apagan pintan los últimos colores sobre el hielo allá afuera. Entonces llega la noche, estrellada y tranquila. Temprano se van a acostar todos, puesto que mañana la batalla será dura.

El día nos encuentra a todos aceptablemente recuperados y tras un abundante desayuno armamos rápidamente las mochilas, dejamos todo lo prescindible para avanzar lo más livianos posible. El plan es estar de regreso al atardecer para terminar de decender a la mañana siguiente. Estamos aproximadamente a 4.200m; faltan entonces unos 1.000. todavía, que en condiciones normales podríamos hacer a mediodía; sin embargo, en Chile todo es diferente a como se piensa.

Un buen tramo debemos bajar a lo largo del glaciar hasta que finalmente encontramos una buena pasada que se mejora con escalones. Encordados y con el máximo de cuidado atravesamos el agrietado glaciar. Para encontrar el camino de regreso hemos llevado pintura negra; lamentablemente tanto el hielo así como los penitentes están sucios por lo que la pintura negra apenas se destaca y no logra el efecto deseado. La travesía que se realiza en diagonal toma mucho más tiempo que el estimado. La vista que hacia todos lados tiene grietas y caídas de las formas más extraordinarias, un gran desorden de hielo que se levanta hacia la montaña nos impresiona y nos hace pensar. Tras una corta pausa intentamos continuar nuestro ascenso por una morrena lateral. Sin embargo, este caos de hielo es tan grande que preferimos el poco simpático acarreo. Lamentablemente la morrena se acaba luego y el glaciar llega a una pared de roca vertical, en partes extraplomada, que se levanta por 800m; por acá y por allá se abren fisuras, en parte cubiertas con acarreo, que está completamente congelado y tiene una superficie resbaladiza en la que con los crampones apenas sería posible afirmarse. Un trabajoso ascenso se viene por delante. Luego se sigue por una ladera de acarreo junto a las rocas, teniendo a mano izquierda el enorme corte y a mano derecha las rocas extraplomadas. Con frecuencia debemos volver al glaciar para subir por ahí pasando por dudosos puentes de nieve, saltando y asegurando, alguna grieta que llega hasta la roca. Nos consolamos con la vista que muestra el glaciar con menor pendiente y también menos grietas en la parte superior donde deberíamos poder pasar con menor dificultad. Lamentablemente pronto nos desengañamos. A las 11:00 de la mañana llegamos a una bifurcación del glaciar que a la derecha lleva con fuerte pendiente hacia arriba, mientras que la parte principal más ancha y con menos pendiente sigue en la misma dirección anterior. Las empinadas rocas a nuestra derecha retroceden, para hacer una gran curva que se transforma en un vacilante filo que lleva a la cumbre que tiene que ser una de las puntas de este filo. Así llegamos de nuevo al sol que ahora es bondadoso con nosotros, pero que junto con los efectos de la altura a cada uno le produce una cabeza soñolienta. Tras una detenida discusión, sostenida durante la pausa de mediodía, acerca de la ruta a seguir triunfó aquel que tuvo la opinión correcta de seguir el brazo principal del glaciar, cuyo final todavía no podíamos ver, y luego escalar por el filo rocoso hacia la derecha donde se debía encontrar su punto más alto.

Lamentablemente tuvimos que dejar a un compañero en la parada de mediodía debido a que no le era posible continuar, fuertemente tomado por la traicionera puna contra la que infructuosamente luchó y tuvo que renunciar a la merecida victoria. Nos encontrábamos aproximadamente a 4.500m. Tras cuidadosas estimaciones todavía teníamos 3 a 4 horas para alcanzar sin dificultades los 5.200m. Podíamos renunciar a ascender a la cumbre y así asegurarnos de tener suficiente tiempo para volver al campamento al otro lado del glaciar antes del atardecer o arriesgábamos una noche al aire libre sin carpa ni nada con qué cubrirnos en el glaciar y con eso destinábamos suficiente tiempo al ascenso de la cumbre. Rápidamente nos decidimos por una noche fresca en el hielo porque no queríamos regresar a casa una vez más con un éxito a medias.

El sol resplandecía abrasador sobre el glaciar que estaba profusamente cubierto por nieve fresca sobre los penitentes, lo que hacía la travesía más difícil y peligrosa. La pausa al sol apenas nos refrescó; debíamos luchar contra el cansancio, más aún con el peso de las mochilas, los crampones y las cuerdas. Las grietas ocultas exigen gran esfuerzo de la atención. de esta forma el glaciar se extiende hasta el infinito; a veces estábamos a punto de equivocarnos y de salirnos del glaciar para subir a mano derecha a las rocas. Gracias a Dios triunfó la razón y nos mantuvimos en los penitentes. Eran las 3:30 cuando felizmente alcanzamos el borde del glaciar que cae hacia el Yeso. A nuestra izquierda, en una pequeña hondonada se ha formado una laguna limitada por tres montículos que están cubiertos hasta la mitad con penitentes. Estamos cerca de los 5.000m y la punta del filo debe estar unos 300m más arriba; sólo 300m más y lo hemos conseguido. La escalada no es muy difícil aún cuando no vemos una pasada por la roca desnuda. Con coraje continuamos nuestro trabajo y finalmente tras 1½h de escalada por roca horriblemente descompuesta y de curiosas tonalidades alcanzamos a las 5:00 la cumbre del Mesón Alto que apenas ofrece espacio para nosotros cuatro. La vista es amplia sobre un mar de cumbres, en parte cubiertas por nubes, en partes magníficamente bañadas por el sol. Hacia el Este se encuentran nuestros amigos Morado y Marmolejo y más allá el volcán San José. Entremedio valles profundos y desconocidos, algunos fuertemente cubiertos por hielo en los que apenas podría atreverse a entrar alguna persona. Delante nuestro hay una caída abrupta de cientos de metros hasta un valle donde los penitentes dan la batalla contra el suelo firme, más allá el cerro Caymán que se nos ofrece como una espalda alargada sin presencia de glaciar. Más atrás aparece Piuquenes y el nevado Piuquenes con su hermoso abrigo de nieve, finalmente hacia el Norte, cumbre tras cumbre, la mayoría desconocidas para nosotros, hasta el Tupungato que se levanta muy por sobre el resto. Bien abajo, entre el glaciar y los torreones del filo, reconocemos a nuestro [tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»Probablemente Gerd von Plate»]amigo v.P.[/tooltip] a quien hacemos señas. Él nos reconoce y responde, con gusto quisiéramos apretarnos más para hacerle espacio.

Sin embargo, ya es tiempo de descender. Tras construir un hito de piedra, sobre el cual con esfuerzo escribimos con tiza  «[tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»Saludo típico de los Alpes que se da al alcanzar una cumbre.»]Bergheil[/tooltip]» e instalamos una bandera de restos de tela, nos vamos rápidamente hacia abajo. El éxito conseguido redobla las fuerzas y rápidamente estamos de nuevo sobre el glaciar, recogemos el equipo que dejamos ahí y tras una breve pausa nos encordamos para continuar el regreso. No siempre resulta encontrar las huellas puesto que el sol ya ha borrado algunas.

Por lo que no pude evitar al estar en nieve fresca pisar sobre una grieta oculta y así perder el equilibrio. La atención de quien estaba atrás mío que me sostuvo con la cuerda así como el poner instintivamente el piolet en posición horizontal impidió el seguir cayendo y me permitió volver a afirmarme sobre mis pies. Cerca del atardecer alcanzamos el punto de descanso del mediodía donde v. P. nos espera, todavía con dolores de cabeza y nauseas.

De forma improvisada intentamos construir un muro de piedra que nos protegiera del viento. Muy prometedor no es el campamento. Como sea, la sensación de haber conquistado el Mesón Alto nos reconforta más que cualquier otra cosa. Todavía brilla el sol, aún cálido y ya comienzan a elevarse las sombras de la noche para finalmente rodearnos a todos de unos emocionantes juegos de colores durante la puesta de sol.

Las provisiones son examinadas: 4 huevos, algo de azúcar, una lata de extracto de carne, un resto de galletas, algunos caramelos, unos pocos frutos secos, eso es aproximadamente todo lo que todavía tenemos. Con un resto de alcohol intentamos hacer una modesta cena con el anafre. Después de 2 horas la así llamada sopa está tibia; quizás era sólo la imaginación. Estamos acuclillados y muy apretados unos con otros mientras masticamos y tratamos de cualquier forma de hacer que el tiempo pase, puesto que dormir a ea temperatura es algo que está descartado. Quizás uno puede dormitar una media hora y entonces el frío lo despierta a uno de forma desagradable. Golpeándonos intentamos darnos calor; los chistes más viejos son desempolvados; las alegrías que nos esperan allá en el campamento junto al fuego son descritas con colores brillantes; cualquier medio nos parece bien para matar el tiempo y llamar a la mañana más rápido; «[tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»En castellano el original.»]Noche triste[/tooltip]».

Finalmente, finalmente comienza a amanecer. Nos encordamos nuevamente y tropezando comenzamos a bajar. Interminable nos parece el descenso hasta que alcanzamos el punto en que debemos cruzar a la derecha el glaciar. El punto en que nos montamos en el glaciar lo encontramos fácilmente y ahí se acaba nuestra sabiduría. Sobre la sucia nieve dura ya no es posible identificar nuestras marcas de polvo negro. Ya no hay otra forma y debemos ir tocando el suelo al avanzar. Afortunadamente los puentes de hielo sobre las grietas se encuentran firmemente congelados de forma que permiten el paso sobre ellos. Finalmente alcanzamos la orilla del glaciar donde se encuentran las carpas y nuestros sacos de dormir. Tras una corta pausa proseguimos. El sol quema en nuestras nucas y con avidez bebemos la primera agua de deshielo. Por la ladera nevada hacia el valle del Cortaderas escuchamos el zumbido de las primeras piedras. Los de más adelante ya se deslizan por la ladera suavemente congelada hacia abajo. Lo que ellos hacen, yo también lo puedo; rápidamente nos sacamos los crampones y con el apoyo del piolet se avanza rápido hacia el valle. Ahora es la mochila la que tiene más apuro que yo y pasa volando por sobre mi cabeza. Entonces pierdo el equilibrio y me resbalo sin freno hacia abajo. Una mala caída de la que sólo mi buen amigo el piolet me ayudó para detenerme. El amigo P. me ayuda en mi posición fatal, colgando del piolet. Mis maltratados brazos me recordaron varios días después de esta caída que pudo tener un final trágico.

Tras este intermedio se termina el descenso. Pronto aparece Modesto a la vista para cargar las mochilas.»

Para bien o para mal nuestra bebida debe ser la llave que abre la caja fuerte de los recuerdos bien guardados puesto que el banquete dura hasta bien entrada la noche, mientras allá arriba observa desafiante hacia el valle el Mesón Alto.

Lunes. Día de despedida en el valle del Cortaderas. Ya en la noche hubo sombras ocupadas con cajas y sacos. La última carpa se desarma implacablemente sobre los durmientes, con mayor inclemencia se llevan los sacos de dormir con su contenido al frío aire libre. Y cuando la última mula se tropieza por la ladera, sólo los restos del fuego y el suelo pisoteado revelan nuestra presencia. A lo lejos una nube de polvo muestra que nuestra amazona y Manfredo nuevamente no están completamente de acuerdo en el apuro acerca de quien debe dar el siguiente salto. Obviamente ya pasaron por nuestra cascada y debo ir a buscarlos desde la laguna del Valle puesto que nosotros debemos seguir con nuestros animales, que con dificultades se esfuerzan por pasar por el angosto camino entre las rocas hacia el Yeso. Finalmente logra don José ordenar su caravana y Manfredillo busca el vado, sin embargo, encuentra la rotunda risa del público al terminar dándose un baño. Luego se sigue por la abrupta ladera hacia abajo. El Marucho, que bien merecería un baño, reclama sobre su mula por algo de agua que le llega y aunque con algunos sacos mojados llegamos bien al otro lado.

A mano derecha dejamos la laguna del Valle y por caminos angostos y pedregosos nos llevan los animales hacia arriba. Tras una hora de subidas y bajadas vemos la marca característica de la laguna Negra, el Echaurren (4.050m), pronto vemos también la alargada laguna (2.680m), cuyas relucientes aguas no son muy fieles a su nombre, puesto que a la luz del sol estas brillan de forma especialmente bella. Al otro lado se encuentra el glaciar del Echaurren que casi alcanza el caudal verde claro y los torreones de la arista cimera se alinean como gigantes hacia el cielo. Otra bajada abrupta y ya nos encontramos sobre una pequeña península.

Rápidamente se cocina, las carpas se arman casi por sí mismas, tan apurados estamos por ver flotar a nuestro yate. Velozmente armamos nuestro bote y delante de los ojos fascinados de los espectadores salimos hacia el lago donde el sol parece sumergirse. Las olas nos mecen suavemente, hay una tranquilidad infinita a nuestro alrededor; remamos acompasadamente. Con pesar remamos de regreso debido al miedo a encontrarnos sin sopa.

¡Qué noches maravillosas tuvimos allá arriba junto a la laguna Negra! Bajo el brillo de la luna flota nuestro bote cortando suavemente las olas, adentro de él, nuestros amigos que están enamorados de las constelaciones nocturnas; suavemente nos trae el viento las canciones de la patria. Estamos sentados alrededor del fuego con el imprescindible mate. Las olas golpean apaciblemente en la orilla, el viento susurra entre las rocas y las carpas. Todo esto escuchando atentamente la respiración de Dios, sintiéndonos pequeños y felices; noches que nunca más encontraremos.

Martes, 15 de enero. Temprano en la mañana sale el bote desde el puerto; tres personas, sabe Dios cómo, lograron meterse adentro. El resto vamos a caballo a la laguna de los Indios que está, escondida entre las rocas, a una media hora de la laguna Negra. El interés se despierta cuando encontramos los restos de un asentamiento indígena; dos calles estrechas, a la izquierda y a la derecha muros de piedra derrumbados, en cada casa el fogón ordenadamente medido.

Si uno no viera el sin sentido del apilamiento de piedras de los arrieros o de los trabajadores de la laguna Negra se podría dudar del origen indígena. La naturaleza en forma lenta, pero constante se apodera nuevamente de sus propiedades y va cubriendo de vegetación los últimos restos de las antiguas viviendas.

Descendemos hacia la laguna Verde, por lejos más grande que la laguna de los Indios además de ser más alegre debido a sus colores. Desde su escondite nada una familia de patos, padre, madre y siete hijos que nos parece una buena posibilidad para nuestra olla. La escopeta está obviamente arriba en el campamento. Cuando Manfredillo, luego de una hora, la trae comienza una matanza salvaje. El primer disparo le rompe el cuello a algunos de los jóvenes. Finalmente con el séptimo disparo la madre se decide a volar con el polluelo que queda. Seis patos están sobre el agua y un séptimo herido huyó a la orilla donde será ultimado. Manfredillo ya está nadando en el agua pasando por entre las plantas que ahí crecen para recoger el sangriento trofeo. Sobre nosotros vuela lamentándose la mamá pata mientras nosotros con alegría anticipada por el asado regresamos a la laguna Negra, donde nuestros remeros ya están sentados junto al fuego debido su incursión en el lago y casi naufragio.

En la tarde también salimos de a tres en el bote de exploración. Contra un fuerte viento cruzamos la laguna y llegamos cansados a la gruta Azul de la que nuestros amigos ya nos habían hablado mucho. Inalcanzable por tierra, avanzamos cautelosamente por la angosta entrada y de inmediato nos atrapa el misterio del lugar. Aguas de un azul profundo con un fondo incoloro; columnas hacia la parte superior y desde arriba caen gotas de agua.

 

Las olas se escuchan sordas en la erosionada cavidad. ¡Suerte, buena suerte! mientras el bote se balancea el día logra hacerse paso por la entrada. Con escalofríos miramos a nuestro alrededor y esperamos a la ninfa que debe reinar ahí adentro. Un pequeño golpe de remo y – finalmente diría alguien – nos llega un rayo de sol. Parpadeando remamos hacia la lengua del glaciar donde el Echaurren envía sus deshielos hacia la laguna. Una hora más tarde tenemos a la vista la hermosa cascada que cae desde 30m de altura desde el Echaurren. Tras tres horas de recorrido estamos de regreso en el muelle de la península.

Miércoles, temprano. Gran cambio en el escenario. En primer lugar en la bodega de provisiones en la que faltan dos patos. Luego sobre nosotros y alrededor de nosotros.Un mal viento aúlla sobre el lago y azota las olas. Un frío penetrante y unas nubes oscuras que van cerrando el escenario. Es una mala idea ahora intentar acercarse al paso Piuquenes. Más arriba ya comienza a llover y en los alrededores se ve nieve fresca en los cerros. Sin embargo, no nos podemos decidir a quedrnos en el campamento y salimos hacia la laguna del Valle y luego por el Yeso hacia la cabaña de los arrieros. Por el Yeso hacia arriba vuelan los ponchos en el viento y la lluvia, también se salpica agua y barro; un poco más arriba en el valle (10 días más tarde, un medio día de viaje más arriba murieron varios arrieros argentinos en una tormenta de nieve) el hambre nos obliga a volver. Al regreso hay un gran ajetreo, grandes carreras con más obstáculos que con buen terreno. El [tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»En castellano el original.»]macho[/tooltip] negro de nuestro chiquillo mapuche se lleva la victoria. En la laguna Negra, hambrientos y congelados comemos lo que nos ha dejado el zorro y a pesar del viento y la lluvia nos vamos otra vez al agua.

El jueves comienza temprano para nosotros. A las 3:00 resuena un trueno sobre la laguna que retumba de nuevo en todos los muros y somnoliento se pregunta cada uno qué es lo que pasa. Así que el zorro no fue más astuto que nuestro amigo v. P. puesto que al tratar de tironear el pico de un pato puesto como carnada sujeta a un fusil recibió un tiro en la garganta. En ese momento decidimos realizar una danza de celebración por el suicida, sin embargo, todo siguió tranquilo en el campamento. A la salida del sol encontramos al archienemigo de nuestro cocinero, echándole una última mirada al pato.

El tiempo se ha aclarado completamente y nos dirigimos a caballo a la laguna de los Indios donde v. P. le dispara despiadadamente a los dos últimos patos; luego por la laguna Verde subimos hacia el Camino de los Indios y al llegar al ancho camino de la laguna Negra galopamos hacia la laguna Encañado que se ubica más de cien metros más abajo que la laguna Negra y en la que retozan patos y pollollas. V. P. le dispara a dos pollollas, pero nadie se atreve a meterse al agua debido a la cantidad de plantas y algas que hay. Sin embargo, hemos traído una gran caja con nosotros. El transporte fue pesado, pero un par de pollollas valen la pena. Así que de esta forma nuestro [tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»En castellano el original.»]Campeón de Chile[/tooltip] se mete al agua y rescata las valiosas presas. Por laderas pedregosas regresamos temprano a casa. Por la tarde v. P. le dispara desde el bote a una vizcacha.

Mientras estamos sentados alegres y de buen humor alrededor del fuego don José nos trae la horrible noticia: las provisiones se están acabando; no más pan, no más carne, no más verduras, no más chocolate. Ahí se va la amistad al demonio y comienza un «sálvese quien pueda». Nunca se almorzó de forma tan intrépida como hoy; cada uno intenta seguir comiendo más allá de su apetito. Luego comienza la tormenta y Troya fue solo una sombra en comparación. M., el flaco, se defiende en vano contras las peores acusaciones, su voz fracasa frente al [tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»En latín en el original.»]Vox Populi[/tooltip]. Apenas logra encontrar un modesto compañero en el devorador de huevos K. que también sufre un mal momento. Recién cuando nos damos cuenta que estas peleas estimulan aún más nuestro apetito sabiamente declaramos la paz y la reconciliación llega a los corazones mientras los lobos observan como tres kuchen son cocinados durante tres horas y que en tres minutos encuentran el camino para abandonar este mundo. En un gran consejo de guerra decidimos sacrificar la gran rata que es algo diferente a una rata aunque, en realidad, tampoco es una vizcacha. Sólo con un voto de mayoría se rechaza la posibilidad de comerse al zorro.

Viernes, el primer día de la gris cotidianidad. Con tristeza dejamos los lugares donde pasamos tantas horas hermosas. Nuestra columna baja rápidamente hacia la laguna Encañado, demasiado rápido para nosotros. Desde aquí continuamos hacia el elegante valle del Manzanito, el que yo pude admirar en posición horizontal y bajo risas implacables tras saltar una zanja y caerme – verdes vegas hasta los Ojos de la Laguna, atrás del Echaurren con hermosa vista hacia el Pedernal. Lentamente suben los animales hasta 3.200m y luego seguimos enérgicamente por sobre cerros hasta el valle de Potrerillos de Ahumada (2.800m) donde hacemos una pausa tras seis horas de cabalgata sin descanso. Un gran jardín de flores donde se encuentran todas las plantas del camino; algunas más bien modestas como las plantas y flores de montaña, pero agradables a la vista por su colorido puesto que los alrededores son grises y desérticos. Don José ya está dando vueltas el asado de rata sobre el fuego y prueba con la cuchara las sabrosas gotas que caen. Nadie va a despreciar el asado y a cada uno le parece que su pedazo es demasiado chico, especialmente porque algunos salieron de la laguna con estómagos vacíos. Entonces a M. se le ocurrió la mala idea de reemplazar al cocinero y preparó uno de los platos más horrorizantes que la cocina del norte de Alemania mantienen en secreto y es de esperar que así siga. Y nuevamente parte la lucha por la existencia en la soledad de la montaña. Prusianos y sajones gritan con la cuchara en la mano: «Acá, sopa de arroz con pasas». La gente del Rin, desde mucho más abajo, donde este río lentamente corre entre grandes chimeneas, hasta bien arriba donde nace en los glaciares, encontraron su antiguo espíritu nacional. Con las manos empuñadas gritaron su rabia descontrolada contra el cielo debido a la calamidad. Mucho se habló ed antiguos tiempos donde en el Rin se le cantó a [tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»Antiguo rey de los lombardos»]Waltari[/tooltip] y las catedrales levantaban sus agujas hacia el cielo, mientras en el Norte los osos se disputaban la miel con los hombres. Desde ese momento ya no volverá la paz. Hermanos hoy, enemigos mañana; no vamos a necesitar a [tooltip placement=»top» trigger=»hover» title=»Antiguo conde y duque de Wurtemberg»]Eberhart el Barbudo[/tooltip] para cortar el mantel en dos partes. El peor de todos es don José que no se quiere enemistar con nadie y se come todo lo que puede.

El sábado encuentra al enemistado campamento separado en una parte en sombrío odio por el consumo de un plato que no tiene y no puede tener nombre; en la otra parte celebrando el clásico ritual del cacao. Sólo el Peladeros y el San Lorenzo nos observan pacíficamente de la forma tradicional. Nuestra víctima, don José, se retuerce de dolores.

Temprano nos vamos para abajo por el valle de San Nicolás y luego una última vez hacia arriba donde las mulas con mucho esfuerzo pasan puesto que no seguimos ningún camino; con frecuencia es necesario trabajar con el piolet para abrirle paso a los animales. Arriba en el paso San Lorenzo nos despedimos de la nieve que en pequeñas lenguas anida sobre las rocas y de los buenos amigos que a lo lejos relumbran: Echaurren, Morado, Cortaderas, Mesón Alto, San Francisco y muchos otros hasta el lejano paso Piuquenes. Por suaves laderas llegamos a las vegas de San Lorenzo (2.200m) donde nos instalamos entre medio del ganado. Tan pronto como está lista la sopa doble, las carpas armadas nos metemos en las agradables y tibias aguas de la laguna San Lorenzo y podemos finalmente deshacernos de toda la suciedad que hemos acumulado.

Sin madera para hacer fuego, pero con muchas hermosas y secas bostas de vaca. Hoy en la noche todo va a oler a bosta de vaca, la sopa, el mate, los sacos de dormir; sin embargo, nadie deja su lugar junto a la olla o en la carpa.

Domingo, el último día de sol. Quebrada de San Lorenzo, a la derecha dejamos la región de los zapatos de nieve; triste nos miran los quiscos, ya han desaparecido las montañas gigantescas, los arbustos se transforman en árboles, las piedras en casas. Nos recibe el calor del valle.

Las manos acarician agradecidas el cuello del fiel animal; resoplando culebrea el ferrocarril por el Maipo hacia abajo, más allá se despiden don José y Modesto. El Marucho ya está de nuevo en la montaña.

En casa soñamos con el viento y el agua, la roca y la nieve por largas, largas noches.

 

Publicado el 15 de diciembre de 1929.

Más fotos de la expedición se pueden ver acá:

Traducción: Álvaro Vivanco

El relato original en alemán fue publicado en diciembre de 1929 y se puede revisar acá:

Revista Andina 1929 Heft 5: