Relatos

Baños Azules y Volcán Tupungatito – Traducción del relato publicado en 1958

Baños Azules y Volcán Tupungatito

 

Participantes: Hartmut Schmidt, Joost Siedhoff, Walter Stehr, Heinz Stöhr, Lothar Wenzel y Karl-Heinz Neumann, desde el 1° al 11 de enero de 1958.

 

En realidad, debemos agradecer a nuestro socio Wenzel Husak el que hayamos realizado esta expedición, puesto que sus extraordinarias diapositivas de esta región produjeron un eco tan vívido que nuestro inolvidable encargado de salidas Hartmut Schmidt se sintió motivado y se hizo cargo de la planificación.

Para mí era la primera expedición a la alta cordillera, así como para Lothar Wenzel. Por esto es que puedo confesar que nuestras conversaciones en el tren de Valparaíso a Santiago me pusieron algo ansioso; el tema principal era la puna que especialmente en el Tupungatito se acrecentaría no sólo debido a la altura, sino que también a los vapores de azufre que emanan de él. De esta forma acordamos de antemano no forzar la ascensión al Tupungatito.

En Santiago esperamos en vano la micro a Maitenes. Finalmente nos tomó un camión casi hasta el desvío hacia Maitenes en el valle del río Colorado. Desde este desvío un angosto camino serpentea por 14 km por la ladera del valle hacia Maitenes. 14 km de caminata con carga pesada, con carpas y sacos de dormir y todo lo necesario para la expedición. ¡Eso fue prometedor! Sin embargo, tuvimos suerte: tras 2 km nos recogió una micro de la central eléctrica que nos llevó por Maitenes hasta el Alfalfal. En el Alfalfal se desvía agua por un canal que va por la ladera hasta Maitenes. Esta agua cae por tres tubos paralelos de aproximadamente 1 m de diámetro en la casa de turbinas. Maitenes da una muy buena impresión con sus casas bien cuidadas para los trabajadores y empleados con una hermosa plaza y un gran parque.

Acampamos 500 m más allá de la última del Alfalfal junto al río Colorado. El río no consiguió molestar nuestro sueño con su fuerte murmullo.

Al día siguiente el arriero con sus mulas llegó recién hacia el mediodía. Me dijeron que las mulas se quejaban incluso cuando un buen jinete las montaba. Sin embargo, el arriero no pareció notar mi inseguridad; sin compasión le pasó al gringo el animal que se veía más rabioso. Obviamente, no podía ser de otra manera, los otros ya habían desaparecido hacía rato tras una nube de polvo y mi mula no se había movido de su lugar. Intenté, apretando los dientes, todas las maniobras usuales, pero el animalito se quedó inmóvil. Finalmente regresó el arriero y cambiamos los animales. ¡Ahora sí! Incluso muy bien. Y si es que yo tras la pana inicial hubiera gritado: las mulas tienen más de un burro que de un caballo, pronto vi que esta idea tiene algo positivo. Sí, aprendí a admirar a mi buena mula y a entender que es una buena mezcla de las características de un burro y de un caballo. Con qué seguridad se movían los animales por las laderas del valle hacia arriba y hacia abajo, tanto las mulas para montar como las de carga. Apenas algún paso en falso en aquellas pasadas que al regreso sin mulas sólo con ayuda de las manos pudimos superar. Esta seguridad de los animales se transmitió rápidamente a los jinetes. Comencé a disfrutar el paisaje.

La pequeña huella va junto al río. En las pasadas angostas del valle asciende con frecuencia por la ladera para luego de nuevo descender hacia el lecho del río. La vista cambia constantemente con las numerosas curvas del río de forma que el ojo no se cansa de capturar los nuevos campos visuales. Así se nos pasaron volando a todos las cuatro horas de cabalgata hasta los Baños Salinillas.

Los Baños Salinillas en Europa serían un balneario de lujo con todos los agradables y desagradables efectos secundarios de la civilización. Acá, en la alta cordillera virgen, estábamos parados en la orilla de un pequeño bosque delante de una discreta cabaña de madera y disfrutábamos del calor natural del agua salada que no se puede compensar con dinero. Nos tiramos al agua fría del río Colorado y luego de inmediato al agua caliente de la vertiente. No fue una sorpresa que tras estos baños todos dormimos magníficamente. Y nuevamente el río Colorado, a pesar de que acá es más ruidoso, no pudo molestar nuestro sueño.

Al otro día partimos a las 7:00 de la mañana para alcanzar los Baños Azules antes del calor del mediodía. Arriba en los cerros brillaban los glaciares y neveros con el sol de la mañana. Poco a poco el sol comenzó a iluminar el valle hacia abajo. Todavía hacía frío, así que no teníamos nada en contra de avanzar a buen ritmo.

Las imponentes y desnudas formaciones montañosas sorprenden con su diversidad. Numerosos cerros muestran coloridas capas rocosas con lo que demuestran el origen volcánico de esta parte de los Andes. En una planicie entre matorrales bajos pastaban algunas vacas, especialmente novillos. El suelo estaba seco y polvoriento por lo que uno se pregunta dónde encuentran suficiente alimento estos animales.

5 horas de cabalgata hasta los Baños Azules. Pronto ratifiqué que aquella parte del cuerpo que ya en la antigüedad era utilizada con fines pedagógicos, es menos requerida que lo que generalmente se cuenta. A menudo en las bajadas abruptas se traslada todo el peso del cuerpo a las canillas que rápidamente con un sensible tirón se rebelan. Especialmente hace un efecto desagradable cuando uno está bendecido con piernas largas que sobre las mulas de piernas cortas se debe acomodar con fuerza. Sin embargo, los «piernas largas» alcanzan a pesar de las muecas de los «piernas cortas» los Baños Azules.

Desde una terraza continúa el camino en el valle del río Museo. Casi verticales se levantan las paredes desde la orilla. Entre medio el río continúa haciendo espuma y burbujeando. En los Baños Azules se abre un lugar relativamente plano y ancho en el que a mediodía brilla el sol En la orilla de esta sinuosidad del río se encuentran las terrazas de sedimento de los Baños Azules. A través de depósitos de caliza de la ladera arrastrados por el agua se han formado varias piscinas ovales que se han llenado con agua clara y fresca. Especialmente encantador es el juego de colores, creado por los diversos colores del fondo de cada piscina. Allá brilla un verde claro, acá un azul profundo y al lado un café apagado. Algunas piscinas son tan pequeñas que uno las podría tapar con dos manos; las grandes, sin embargo, tienen un diámetro aproximado de 3 metros. La roca brilla al sol con el agua que se filtra. Fotografiamos con ansiedad, sin embargo, teníamos claro que la belleza del paisaje sólo se podía reflejar de forma cercana en las imágenes.

A mediodía cocinamos a la sombra de una roca con nuestra cocinilla a bencina. Ambos arrieros cuchareaban hace rato el té que habían preparado al fuego de leña mientras nosotros debatíamos que debíamos cocinar. El agua del río Museo es tan fuerte en contenido de azufre que al simplemente echarle cacao en polvo se produce una reacción química.

Cruzamos el río Museo y bajamos por una media hora hacia el valle del río Azufre. Esta bajada fue por lejos la más empinada de toda la expedición. El puente sobre el río Azufre consistía sólo en fragmentos. Sin dudarlo nuestras mulas cruzaron el impetuoso río. El agua les alcanzaba hasta la barriga. Por las piedras sueltas del fondo fueron arrastradas unos metros, pero no ocurrió ningún accidente. (Al regreso, que hicimos sin mulas, el cruce fue significativamente más difícil).

Y seguimos subiendo por el valle del río Colorado. El río acá está en una quebrada profunda mientras que el sendero continúa por una terraza relativamente plana. Los primeros gigantes aparecen junto a la frontera argentina. Pronto se hizo visible el imponente macizo del Tupungato. En medio de estas múltiples montañas la soledad se vuelve una experiencia profunda. Junto al estero Tupungatito armamos nuestras carpas. Nuestro altímetro señaló 3200 m.

Volcán Tupungatito (5640 m). Fotografía de Heinz Stöhr

Esa noche dormí mal. Pero no fue debido al ruido del río, sino que fueron las difíciles de digerir sardinas en aceite. A la mañana siguiente comenzamos el ascenso. Delante nuestro estaba el Tupungatito; desde uno de los cráteres se elevaban grandes nubes de vapor. Lothar Wenzel debió regresar a una altura de 3500 metros. Se trataba de las señales típicas: dolor de cabeza, malestar con vómitos. Íbamos con insuficiente aclimatación. Hablé con él, le dije que queríamos mantenernos juntos. Ascendí hasta los 400 m con los otros por los campos de lava iluminados por el sol y me di la vuelta. Hasta esa altura no sentí síntomas de la puna.

Los otros cuatro alcanzaron todos al día siguiente la cumbre. (La descripción del ascenso a la cumbre del Tupungatito la realizó Heinz Stöhr).

Durante la expedición a los Baños Azules y al Tupungatito conocí a Hartmut Schmidt como un gran compañero de montaña. Mi recuerdo de este grandioso paisaje junto al Tupungatito va a estar siempre unido a él.

Karl Heinz Neumann

Bajo el sol abrasador subimos por los campos de lava. Las pausas se volvían más frecuentes. Los últimos 300 metros antes del campamento alto nos obligaron a hacer una pausa cada 50 metros. Sólo con pasos cortos podíamos avanzar.

A las 6:00 encontramos un lugar adecuado para nuestro campamento a unos 4600 metros de altitud. Acá no había agua por lo que debíamos buscarla a 50 metros desde un riachuelo que corría por debajo de un nevero. Pronto comenzó a hacer frío. La luna llena salió por la izquierda del Tupungatito – ¡qué magnífica vista!

A la mañana siguiente a las 7:00 nos asustó un suave viento que sacudió nuestra carpa. Con horror constatamos que estaba nevando. Gracias a Dios paró pronto. Todos sentíamos el ascenso del día anterior en el cuerpo., nadie tenía mucho apuro con la partida. A las 8:00 finalmente partimos a la cumbre sólo con mochilas livianas. En dos horas alcanzamos la orilla del cráter. Acá se ofrece una vista inusual: por un momento nos habíamos tendido todos cuando de pronto la tierra comenzó a temblar y luego vino una gran explosión desde una brecha en el cono del volcán. Miramos con asombro la enorme columna de humo.

 

Erupción en el volcán Tupungatito. Vista desde la segunda cumbre hacia el nuevo cráter. Fotografía de Heinz Stöhr

Pero hasta la cumbre, que estaba un buen tramo más arriba, todavía faltaba. Nos pareció eterna la marcha por la orilla del cráter. Harmut se sintió mal poco antes de la cumbre debido a los vapores sulfurosos. Tampoco el resto nos sentimos en nuestra mejor forma con estos vapores. Pero a las 3:00 de la tarde lo logramos. Muy cansados nos tendimos para descansar un rato. Entonces disfrutamos de la magnífica vista que sólo se ve interrumpida por el Tupungato. Hasta el Río Blanco e incluso más allá podíamos reconocer montañas. Hacia el Sur vimos el cerro Castillo, el volcán Maipo y muchos otros cerros.

Pero pronto debimos descender puesto que queríamos bajar hasta el campamento base. Tras equivocarnos un par de veces finalmente conseguimos llegar al río Tupungatito bajo la luz de la luna a las 12:00 de la noche completamente agotados, pero felices por lo conseguido.

Heinz Stöhr

 

El nuevo cráter se encuentra al frente de la segunda cumbre (en el borde del cráter principal). Se ha abierto hace poco. Desde la grieta (de unos 100m de diámetro) se elevan constantemente nubes de humo. Las erupciones se suceden tras largas pausas (el 1° de marzo de 1958 cada dos horas). Ellas despedían gases sulfurosos y formaron una nube. Como consecuencia de la lluvia de cenizas el glaciar fue cubierto por una capa negra. Al mediodía (hora en que se derrite la nieve) el estero Tupungatito corre con un agua café negruzca.

El cráter principal tiene un diámetro de unos 1100m. En su interior se encuentran dos lagunas. La más pequeña tiene agua azul mientras que la más grande amarillo-verdosa. De la orilla de la laguna grande brotan constantemente vapores sulfurosos. Vistos desde la orilla del cráter ellos parecen fuentes con agua hirviendo. Ellos alcanzan una altura de unos 30m. Los vapores sulfurosos dejan en el suelo una costra amarillo-verdosa. También en la orilla norte del cráter hay aberturas desde las cuales, con interrupciones, emanan vapores.

En la orilla sur del cráter se presentan penitentes por la ladera hasta su interior.

La diferencia de altura entre la laguna grande del cráter y la orilla norte del cráter asciende a unos 180 hasta 200 metros.

Karl-Heinz Winter

Traducción: Álvaro Vivanco

Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1958