Relatos

Primer Ascenso Invernal del cerro Plomo – Traducción del artículo publicado en 1958

Ascenso Invernal del cerro Plomo

Cualquiera que haya tenido la oportunidad de disfrutar de una semana de ski en el refugio de Los Azules conoce la alegría del randoné, las pequeñas excursiones al Alto de los Bueyes o las bajadas por las laderas del San Ramón. Es así como se despertó en nosotros la idea de hacer alguna vez una excursión con esquíes más larga. La zona del Plomo nos pareció adecuada. Teníamos un punto de partida cómodo en Farellones, no necesitábamos arriesgarnos por un valle con peligro de avalanchas y, en caso de mal tiempo, podíamos contar con un descenso seguro por los valles del Cepo y del Olivares. En el cerro mismo nos esperaba un pequeño refugio, el Refugio Hermandad.

Tras realizar los preparativos necesarios partimos Kurt Claussen y el autor el miércoles 17 de julio de 1957 «a dedo» a Farellones donde el tercero del grupo, Wilfred Siegel, se nos unió. Esa mañana soplaba un viento frío que era poco tentador para nuestro proyecto. Además, los andariveles del Colorado y de La Parva no estaban funcionando para habernos aliviado por un tramo de llevar nuestras mochilas como nos habíamos imaginado. No nos quedó otra más que ponernos en movimiento con nuestras propias fuerzas, en este caso, con esquíes en dirección al refugio Fabres. A pesar de que llegamos ahí muy temprano, la idea de tener un techo normal sobre la cabeza era tan seductora que no seguimos avanzando y nos instalamos ahí. Había una estufa, pero sin combustible no servía de mucho; por consiguiente, pasamos frío durante la noche. A la mañana siguiente pudimos constatar que había ratones; habían dejado nuestros implementos de cocina limpios, mientras que nuestras provisiones no las tocaron.

Una mañana clara y fría nos hizo partir el jueves recién a las 11:00, sin embargo, con toda la carga rápidamente tuvimos calor suficiente. Cuando alcanzamos el filo de la Parva, finalmente pudimos esquiar hacia el otro lado por el estero de las Vallas. Fue sólo una pequeña diversión pues luego debimos volver a subir con las pieles hasta que llegamos al espolón que nos separaba del valle Yaretas. Ahí arriba encontramos un lugar adecuado para acampar y nos debimos apurar para armar la carpa mientras el solo todavía brillaba. A las 5:00 se fue el sol y nosotros nos metimos rápidamente en nuestros sacos de dormir para cocinar dentro de la carpa. En la noche no hizo frío y dormimos bien en nuestras colchonetas inflables.

A la mañana siguiente teníamos un largo trayecto por recorrer. Partimos temprano para las condiciones que había y tras una hora y media llegamos al conocido campamento de Piedra Numerada. Desde ahí en adelante la nieve se puso pegajosa, en cada ski se pegaron grandes masas de nieve así que avanzamos con algunos impedimentos. En las últimas dos horas por la morrena no había nieve, así que tuvimos que echarnos los esquíes a los hombros. Hacia las 7:00, cuando ya había oscurecido, llegamos al pequeño Refugio Hermandad a 4400 m. La casucha se encontraba nevada hasta el techo. Como no teníamos una pala, nos vimos obligados a despejar la entrada con los piolet y un tarro de hojalata. Lamentablemente al entrar nos encontramos con una gran cantidad de nieve polvo. Tras otra hora y media de esforzado trabajo, durante el cual los dedos de los pies se nos estaban congelando, pudimos instalarnos. Pronto estábamos acuclillados envueltos en nuestros sacos de pluma sobre las colchonetas alrededor de la cocinilla esperando una sopa caliente. El apetito y el ánimo eran únicos, sin embargo, subir con esquíes por el glaciar del Plomo era impensable. Arriba nuestro ya brillaba el hielo azul verdoso.

De esta forma el sábado nos armamos con piolet y crampones para salir. Por la ladera congelada avanzamos bien. Junto a la Pirca del Indio descansamos un rato. El glaciar estaba fuertemente congelado, los crampones se agarraban apenas, así que nos fuimos por la izquierda hacia el acarreo y a las 3:00 de la tarde llegamos a la cumbre.

Acá nos saludó el grandioso paisaje invernal de las cadenas montañosas cubiertas de nieve que en verano sólo tienen un ropaje grisáceo sobre ellas. Disfrutamos la claridad de las vistas extensamente. Después de tomar algunas fotografías nos dispusimos a descender. Acá uno del grupo se apuró más que el resto y sufrió un resbalón involuntario por la parte baja del glaciar en el cual sólo sufrió un par de rasguños.

El domingo dejamos a las 8:00 el refugio ya que queríamos llegar en el mismo día a Farellones. El descenso funcionó muy bien por la mañana. La primera parte esquíamos por el glaciar en parte cubierto por penitentes. Al mediodía brillaba el sol con fuerza por lo que la nieve se ablandó y el descenso dejó de ser una alegría serena. Sin embargo, llegamos a tiempo a Farellones para que conocidos nos llevaran de regreso a Santiago.

Hans Meinardus

Traducción: Álvaro Vivanco

Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1958