Relatos

Adiós a Los Azules – Traducción del artículo de 1994

Adiós a Los Azules

Los Azules, ese era «el refugio». Esas palabras, escuchadas a la rápida en una de las raras ocasiones en que los veteranos del DAV Santiago se encuentran en la sede, manifiestan lo querido que era Los Azules y como todavía hoy es recordado por todos aquellos que alguna vez tuvieron la suerte de pasar ahí una semana de ski.

El gran terremoto de 1985 hizo que cayeran sus paredes de casi un metro de grosor, luego que el DAV lo hubiese abandonado hacía algunos años. ¿Por qué pasó eso a pesar de que Los Azules era para muchos socios el refugio más auténtico y cómodo? Razones hay varias: la larga marcha de cinco horas que obligaba a superar más de 1000 metros de desnivel, la falta de las comodidades habituales hoy en día de un refugio para el ski para que uno no olvide a lo que está acostumbrado en casa, los repetidos robos y ciertamente el que el acceso haya sido declarado área restringida y que sólo con un permiso especial se puede ingresar puesto que ahí se capta agua potable del río para la capital.

El refugio consistía sólo en una habitación con un dormitorio de dos pisos, un lugar para el horno y la preparación de las comidas, así como una gran mesa rodeada por bancas. Acá se hacía toda la vida del refugio y ya con 14 a 16 personas se podía volver estrecho, aunque eso mismo promovía la intimidad. Agua sólo había afuera delante de la puerta en un estanque que con frecuencia se congelaba en la noche. Al baño se iba con discreción un poco más abajo.

Tras un largo día afuera en la nieve, uno se sentaba a la mesa en la noche, cansado y hambriento con la esperanza que el servicio de la cocina no quemara las arvejas o los porotos o que se sirvieran medio crudos. Lo mejor venía después con el vino caliente y todo tipo de juegos que permitían terminar el día. Cuando finalmente había silencio, uno se despertaba con el ruido de un ratón o del viento que hacía sonajear el techo de lata. Quizás también con los ronquidos del vecino. En una ocasión fue resuelto este problema por un participante especialmente sensible e inventivo quien sostuvo el gran sartén sobre la cabeza usándolo como silenciador.

Lo especial en el refugio de Los Azules era, sin dudas, su ubicación en una zona de ski, la cual no era atractiva para los esquiadores de pista, pero sí para los amantes del ski de randoné que podían acceder al San Ramón, Ochsenkopf (Alto de los Bueyes), Temblor y por el Potrero Grande hasta Farellones. El novato, por su parte, podía experimentar las primeras sensaciones sobre unas tablas en los alrededores del refugio en un terreno más plano.

Sólo la aproximación era de por sí una aventura, comenzando con la reunión del grupo, las provisiones y otros preparativos. Así uno partía quizás con el tren «Ferrocarril Llano del Maipo» desde la Plaza Italia y se bajaba en Puente Alto para tomar el trencito hacia el Volcán. En El Manzano esperaba ya listo Don Segundo con sus mulas para recibir el equipaje. Con manos expertas se cargaban los animales y rápidamente se partía por el valle del Manzano hacia arriba, primero por vegas y bosque de peumos junto al estero que se debía cruzar varias veces. Mucha agua y una vegetación cambiante hasta llegar a las desoladas alturas siguiendo una ruta que se alargaba. Siempre aparecían nuevas lomas delante de uno hasta que finalmente se podía ver el refugio.

Dependiendo de las condiciones de la nieve uno era traído hasta el refugio, pero con frecuencia Don Segundo se declaraba en huelga considerablemente más abajo cuando sus animales se enterraban hasta la panza en la nieve. Entonces descargaba los animales con rapidez y nos dejaba a nuestro destino por el resto del camino que debíamos hacer esforzadamente con los esquíes. Lo que no era poco porque además de las pertenencias propias cada uno debía llevar provisiones junto con botellas para el tradicional vino caliente. Así ocurría que algún caballero no se ofrecía a llevar la carga de una dama.

Para algunos el refugio significa un recuerdo de juventud inolvidable y los une con amistades que hoy todavía perduran. Con seguridad se encontraron allá arriba algunas parejas que más tarde culminaron en matrimonio. El refugio era además un punto de contacto entre el DAV Santiago y el DAV Valparaíso puesto que este último siempre pasaba allá una semana de ski en invierno.

Una última visita en el verano de 1993 con mi hermano de Estados Unidos nos trajo recuerdos desde las ruinas de los buenos tiempos que pasamos ahí. Con tristeza nos despedimos definitivamente de este lugar y quizás también de una tradición del DAV.

Fritz Meinardus

Traducción: Álvaro Vivanco

Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1984-94