Relatos

14 Días en la Cordillera de Talca, la zona de los volcanes activos – Artículo de Albrecht Maass publicado en 1932

14 Días en la Cordillera de Talca, la zona de los volcanes activos

Albrecht Maass – Santiago

El motivo de esta expedición a la montaña fueron las noticias contradictorias aparecidas en los diarios tras la gran erupción del Quizapu del 10 y 11 de abril de este año y el reporte de numerosas erupciones volcánicas en la cordillera central de Chile.

Desde hacía tiempo que tenía la intención de visitar el Quizapu del que había escuchado y visto muchas cosas interesantes en un diaporama del señor Max Junge. Sólo la noticia de un amigo según la cual el Quizapu ya casi había terminado de humear me motivó a comienzos de año a realizar una expedición hacia allá.

Más me interesaba aún conocer de vista propia la zona de los volcanes de la cordillera de Talca para constatar en el lugar cuantos volcanes activos había.

Con dos compañeros, los señores Hans Giroud y Erwin Köhler, partí el sábado 16 de abril. Gracias al señor Moritz Vogel, que había realizado diferentes viajes en los años 1912 y 1914 desde Talca a la desconocida zona del más tarde llamado volcán Quizapu, me pude informar rápidamente de la mejor ruta a tomar y también tuve un bosquejo realizado por él que nos prestó una valiosa ayuda. En este punto quisiera darle, en mi nombre y el de mis compañeros, un gran agradecimiento al señor Vogel por el apoyo que nos dio. Su reporte sobre el valle superior del Maule junto con otros artículos aparecidos en el Tomo VI de la publicación de la Sociedad Científica Alemana de 1920 provocaron que tras terminar mi reconocimiento del Quizapu, visitara la laguna del Maule y el famoso cerro Campanario, de los cuales voy a reportar más adelante.

El sábado temprano partimos temprano con el «Ordinario» a Talca. Después de Rancagua estaba todo blanco por la ceniza volcánica que le daba un aire invernal al paisaje. En Curicó estaba lo peor. El almuerzo en el salón comedor sabía a ceniza y polvo. Pronto nos veíamos como molineros, pero no perdimos el buen humor por eso. Curiosamente Talca había quedado a salvo de la lluvia de ceniza. Curicó había recibido la mayor parte, puesto que justo en el momento de la erupción más fuerte soplaba un suave viento Sureste que llevó la mayor parte de la ceniza a la zona entre Curicó y San Fernando.

A través de la mediación de un amigo del trabajo del señor G., el ex alcalde de Talca, pronto encontramos a alguien con auto que por un precio apropiado nos llevara al fundo «La Escuadra», desde donde el viaje debía continuar a caballo o en mula. Un viaje en auto de varias horas por la fértil planicie alrededor de Talca y luego por el pintoresco camino junto al río Maule en la boscosa precordillera en el primer día nos llevó hasta estación de Carabineros Currillinqui, donde los carabineros nos ofrecieron alojamiento gratis bajo su parrón. La distancia desde Talca a Currillinque son unos 90 km, hasta el fundo La Escuadra más de 100 km. Ahí se acaba la carretera, luego sigue una huella de mulas.

El valle del Maule acá todavía es notablemente ancho, recuerda al Cajón del Maipo a la altura del Canelo. El fundo mismo se encuentra a 800 m de altitud. Todavía se cultivan viñas allá, los cerros están todos cubiertos por bosque, las praderas cercadas por álamos, los que con su follaje otoñal extienden un brillo dorado sobre el paisaje. La ceniza tenía entre uno a dos centímetros de altura, donde no se la ha llevado el viento. Gracias a nuestra recomendación pronto conseguimos caballos, así como un guía local que ya había estado dos veces en la zona del Quizapu. Un cordero sacrificado rápidamente completó nuestras provisiones. A las 11:00 de la mañana partimos a caballo acompañados por las bendiciones del administrador. Nuestra ruta nos llevaba primero hacia el Norte por un afluente del Maule, el río de los Cipreses. El valle, en un comienzo ancho, se estrechó notablemente. Las praderas desaparecieron y dieron lugar a bosques de cipreses, entre ellos algunos esplendidos ejemplares que, empolvados con la ceniza volcánica blanca, más recordaban a un paisaje nórdico que a uno chileno.

Tras unas 2 horas de cabalgata llegamos a las primeras estribaciones de una gran colada de lava que supuestamente provenía del volcán apagado Los Hornos, hacia el cual llevaba el camino. La lava, alguna vez negra, estaba cubierta por una gruesa capa de ceniza blanca. La vegetación se hace más escasa. El río, que corría a nuestra mano izquierda, de pronto desapareció. Estériles lomas de arena, empolvadas de blanco y con cipreses aislados, avanzan desde el lado izquierdo del valle. El creciente viento hace que la vista a la distancia sea imposible y nos azota el polvo en la cara. Con esfuerzo jadean los animales por la arena honda hacia arriba hasta que se niegan a continuar y nosotros debemos arrastrarlos de las riendas y con gritos. Por las laderas desnudas la tormenta arrastra la ceniza como si fuera un tornado. Inútiles resultan las gafas contra el fino polvo que cada vez en mayores cantidades se levanta y que, en el cruce de un pequeño paso, casi no deja ciegos. Veo de forma difusa en un gran circo cubierto por ceniza y con una lagunita por delante, la que recién se reconoce cuando pasamos junto a su orilla. El paisaje, con su color blanquecino, sin vegetación, reforzado por la ceniza que da vuelta, al anochecer se ha puesto fantasmal. Casi creo haber llegado a la luna o algún otro planeta. En la mitad de este circo, delante de algo blanco que se revela como una «casa de piedra», se detiene el guía. Apurados nos apeamos para buscar refugio del viento bajo la roca.

Tras unas horas encontramos algo de leña con la que pudimos hacer fuego, ayudados por la cocinilla. Protegida por una pirca se levantó la carpa, se sirvió carne asada con el inevitable mate y se forjaron los planes para el día siguiente. Un fuerte remezón de la tierra, unido a un retumbar subterráneo nos informó acerca de la cercanía del volcán. Durante la noche fuimos despertados varias veces por remezones. A la mañana siguiente partimos temprano, luego de dejar todo lo prescindible en el campamento. Cruzamos a caballo todo el circo y subimos a un portezuelo desde donde se debía poder ver el Quizapu. Un viento gélido nos recibió arriba. Miramos un paisaje desértico. Todo igualmente cubierto por la ceniza blanca. Delante nuestro disminuye el paisaje hacia el Oeste. En valles poco profundos vemos algunas lagunas que brillan con un azul profundo como joyas en medio del desierto de arena. Cabalgamos y también escalamos a una arista que al norte nuestro crece para transformarse en un cerro alto, el cerro Azul, en cuyo flanco izquierdo en forma regular se levantan nubes de humo. Con los binoculares reconocemos a media altura del cerro Azul, casi tapado por él, una parte del Quizapu, que se encuentra como un cerro independiente en la ladera Norte del cerro Azul a unos 3200 m, en contraste con los 3700 m del cerro Azul.

A pesar del viento creciente, que levantaba con más fuerza nubes de polvo y con eso hacía la vista a la distancia imposible, decidimos avanzar por el desierto que teníamos delante nuestro, a la izquierda del cerro Azul, hacia el Oeste hacia el Quizapu que estaba, en línea recta, unos 5km delante nuestro. Avanzamos hundidos hasta la rodilla por la ceniza que luego se transforma en piedra pómez, primero del tamaño de un guijarro y luego hasta de la cabeza de un niño. Bajo la capa de 40 a 60 cm de blanca piedra pómez hay ceniza, así como piedra pómez de la última erupción que está coloreada de negro. Caminar resulta agotador puesto que en cada paso uno se hunde hasta la rodilla. Además, la tormenta trae cada vez más ceniza de forma que, cuando estamos a unos 1000 m del Quizapu, no vemos nada alrededor nuestro y con tristeza debemos dar la vuelta puesto que no tiene sentido y es peligroso continuar acá. Tras dos agotadoras horas de marcha por la piedra pómez, en su mayor parte hacia arriba, llegamos a nuestro lugar protegido del viento en el portezuelo donde el arriero con sus animales nos espera. Todavía fotografiamos algunas curiosas cavidades con forma de embudo en el desierto de piedra pómez que probablemente se formaron con los golpes de grandes bombas de lava. Seguimos cabalgando hacia nuestra casa de piedra a la que llegamos al atardecer.

***

Con un temblor en la noche, uno de los caballos se escapa. El amigo G. tiene al otro día el dudoso placer de marchar a pie ya que el guía no ha encontrado a tiempo el animal fugitivo. El día siguiente nos trae de nuevo sol, pero arriba nuestro vemos el polvo que da vueltas, lo que hace imposible tomar buenas fotografías.

Cabalgamos hacia el Sureste saliendo de nuestro circo, pasamos por la laguna de Los Hornos y esta vez aprovechamos de hacer un cruce del volcán apagado Los Hornos ubicado al Norte, cuyos 2 cráteres se levantan tan sólo 100 metros sobre el fondo del circo. Con esfuerzo ascendemos a pie el borde del cráter y nos sorprendemos al observar arriba un amplio cráter ovalado de unos 250 metros de diámetro y unos 40 m de profundidad. El segundo cráter es significativamente más pequeño y más plano. Ambos cráteres cierran el circo de la quebrada Los Hornos y forman la represa de la laguna Los Hornos hacia el valle Cipreses, hacia el cual ahora miramos hacia abajo. Ahora subimos hacia ale Noreste a la laguna de la Invernada o laguna de los Girones, como también es llamada. Las lomas de arena, que se ubica delante de los cráteres antes de que comiencen las coladas de lava que llevaron a la formación de la laguna de los Girones, se encuentran llena de ratas y forman un verdadero peligro para los caballos.

Delante nuestro se encuentra la laguna de los Girones, como una laguna de los Alpes insertada entre las montañas. Oscuros cipreses rodean la orilla donde los cerros no caen abruptamente a la laguna. Como patrón de este hermoso paisaje se levanta a nuestra izquierda la simétrica cumbre del cerro Azul, cuyos flancos están espolvoreados de blanco y sólo abajo, hacia la orilla de la laguna, con el bosque de cipreses se ve algo de negro.

La laguna está cubierta hasta un tercio por piedra pómez, la que con el viento es arrastrada para acá y para allá. Bajo la luz cambiante del sol brilla el agua de un azul profundo y luego de un verde esmeralda. Lamentablemente la ceniza en el aire impide tener una vista clara por el valle hacia arriba en dirección Noreste. Rápidamente bajamos a la laguna donde hacemos una pausa. El espejo de agua parece haberse hundido hace poco algunos metros, tal como es posible reconocer en la orilla. También encuentro un lugar donde ocurrió una gran penetración de agua hacia el interior de la tierra. Mis pasos suenan huecos sobre la grieta cubierta a medias con guijarros.

Delante nuestro, justo al Norte, se encuentra el cerro Azul, en cuyo flanco derecho a mitad de altura se elevan nubes humo de forma regular. Es nuevamente el Quizapu, cuya fumarola blanca es arrastrada por el viento noroeste hacia el sureste y que, con la creciente calma, se hace cada vez más visible. Como embrujados seguimos el espectáculo. El sol poniente hace ver el humo dorado y hace magia con las más hermosas nubes del atardecer en el cielo.

Con pena nos despedimos de este espectáculo para hacer caso a la insistencia del guía, quien quería estar en su rancho antes del anochecer. Rápidamente avanzan los animales por el valle hacia abajo, a pesar de la oscuridad encuentran   por las masas de lava y a través del bosque de cipreses la ruta a casa en el fundo Escuadra, al cual finalmente llegamos con luz de luna y donde nos saludó alegremente nuestro compañero que a pie se nos había adelantado. Otro grupo de «exploradores del Quizapu» había llegado el fundo, mejor equipados pudimos constatar al día siguiente cuando admiramos sus máscaras antigases con las que querían aproximarse hasta el cráter del Quizapu. Intercambiamos nuestras experiencias y nos alegramos cuando al regresar de nuestra excursión a la laguna del Maule oímos que, gracias a un día completamente sin viento y usando la huella marcada por nosotros, lograron llegar con ayuda de las máscaras antigases hasta la orilla misma del cráter.

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Decidimos, tras medio día de descanso, hacer un desvío hacia la laguna del Maule y el cerro Campanario para conocer esta zona interesante zona, tanto desde el punto de vista geológico como paisajístico.

Nuestro íntegro guía Juan se tomó un adelanto de nuestro pago y llegó al mediodía del día siguiente sacudido de la resaca y listo para ensillar los animales.

Recién a las 3:00 de la tarde podemos partir. Vamos hacia arriba por el valle del Maule, el cual tras una hora de cabalgata por bosque y arbustos se estrecha de forma considerable. Los cerros se acercan al río. La ruta serpentea por empinadas cuestas pasando entre roca y río. Entre medio hay nuevamente pequeños bosques de robles o cipreses, entre los cuales hay diseminados algunos ranchos. En el último rancho, junto a los llamados «Baños de la Isla» decidimos pasar la noche ya que, según nuestro guía, más arriba no hay un buen lugar para que los animales se alimenten. Somos invitados a pasar la noche por la hospitalidad de los chilenos. La dueña de casa no se deja llevar y nos ofrece camas para invitados y en el suelo prepara un cómodo lugar de forma que pasamos una noche agradable y a la mañana siguiente, tras un fortalecedor desayuno, podemos continuar la cabalgata.

El Dios del tiempo nos sigue siendo benevolente. El sol brilla como en verano. Los bosquecillos de robles y cipreses se van haciendo más escasos, los cerros más altos, el carácter del valle más áspero y majestuoso. Cruzamos diferentes ríos, pasamos varias angosturas en las que el camino ha sido tallado en la roca que en sus partes inclinadas ha sido transformada, con vigas y alambres, en una ruta caminable.

El valle se ensancha, los cerros a sus costados cada vez tienen formas más extrañas. De pronto parecen haber dedos haciendo un juramento hacia el cielo, luego una especie de fortaleza. Más tarde parece que de las laderas han crecido enormes jarros. La mano de un gigante, que se ha instalado ahí, ahora también es visible. Desde las alturas se ven como huesos gigantes que un titán plantó ahí en la ladera. «Las Tinajas» llaman los locales a estas rocas, de las cuales se tiene una hermosa vista subiendo y bajando por el valle.

 

Las Tinajas en el valle superior del Maule.
Fotografía de Albrecht Maass

En algunas otras rocas, «Los Pacos», un poco más abajo del famoso salto del Maule, pasamos la noche en una «casa de piedra». Afuera brillaba la luna de forma magnífica. Reinaba la más profunda paz de montaña. Sólo bajo nosotros murmullaba el Maule por su lecho rocoso. Más arriba vemos a la mañana siguiente el «Gran Salto del Maule». Por un resalto rocoso, con unos 5 a 8m de ancho, cae por unos 60m por el lado del valle y tiene un río más grande que el pequeño estero que ahora seguimos aguas arriba mientras el Maule mismo se escapa de nosotros hacia el Sur.

El carácter del paisaje cambia notablemente, el valle profundo se vuelve ancho y plano. A nuestra mano izquierda los cerros se vuelven más planos hasta transformarse en lomas arenosas de las cuales de vez en cuando se levanta una columna rocosa como resto de un cerro. A la derecha el valle se ve limitado por formaciones de basalto y antiguas coladas de lava hasta que luego de cruzar un paisaje arenoso y estepario cabalgamos por un gran cerro de arena plano, tras el cual suponemos se encuentra la laguna del Maule. Estamos a unos 2000m de altitud y cabalgamos por un árido paisaje de dunas. En la arena brillan por acá y por allá unas piedras negras. Se trata de obsidiana, roca volcánica. No encontramos ningún cráter, puede ser que se encuentre escondido detrás de algunas de las numerosas lomas. El viento remolinea alrededor nuestro, nos lanza grandes cantidades de polvo y ceniza y nos quita la esplendida vista hacia el Norte al cerro Campanario, el cual buscamos con ansiedad.

De pronto, detrás de una de las interminables lomas de arena vemos la laguna del Maule como un mar interior delante nuestro. Un azul profundo, brillante incrustado en el blanco de las lomas arenosas que rodean a la laguna por este lado mientras que en el horizonte unos cerros café rojizos la cierran. Algunos manchones verdes están esparcidos entre el blanco de las dunas. En el agua grandes bandadas de flamengos que vuelan al acercarnos.

La laguna se encuentra aproximadamente a 2100m de altitud y tiene una superficie de unos 30 a 40 kilómetros cuadrados, si es que no más. En la otra orilla distinguimos, con los binoculares, dos lomas volcánicas planas. Un poco alejado de la laguna, en una pequeña fisura en el terreno, hay dos vertientes, una con agua hirviendo y junto a ella una con agua fría. Acá se ha construido una primitiva piscina, lo suficientemente profunda para acostarse dentro de ella. Rápidamente nos sacamos la ropa y nos metemos en la marea cálida. El agua está fuertemente salada y también paree tener ácido carbónico. Nos quedamos más de 2 horas en el agua donde nos dejamos atender por nuestro Juan que no parece salir de su asombro al ver a los «gringos locos» tomar un baño. En todo caso, a él nunca se le ha ocurrido una idea semejante.

El tiempo no quiere seguir estando bien. Sopla un viento gélido, con más frecuencia se oculta el sol detrás de las nubes. Parece que se acabó el buen tiempo. Nos alegramos mucho cuando nuestro íntegro guía nos cuenta que en la cumbre Este hay una buena casa de piedra con leña y suficiente pasto para los animales. Debido a eso, decidimos desistir de nuestro plan original, dar la vuelta completa a la laguna para estar a tiempo antes del mal tiempo en la casa de piedra en el Potrero Nuevo.

De nuevo hay que avanzar por dunas de arena y por lomas planas hacia el extremo Este de la laguna que acá en forma de fiordo se mete entre los cerros, mientras un lado está cubierto por un valle plano y verde por el cual serpentea un estero que desagua en la laguna. Cerca del agua reconocemos una roca enorme rodeada por una pirca. Desde cerca parece una cueva bastante confortable, muy protegida del viento lo que, con la «tormenta de vacas» que predomina, es bien recibido. El cielo se nubla más y más, sin embargo, no se descarga aún la tormenta.

Nuevamente se hace un asado, con los restos de las provisiones se hace una fabulosa sopa y después del banquete se enciende con comodidad una pipa o un cigarrillo. También hace su aparición el canto para preocuparse del buen ambiente. Lamentablemente el alcohol se acabó. Afuera ruge un viento feroz. Estamos sentados cómodamente junto al fuego o acostados sobre nuestros sacos de dormir o ponchos y forjamos nuevos planes. El esperado mal tiempo no nos molesta. Juan nos ha confesado que a la tarde siguiente podemos llegar a una casa de concreto con planchas de zinc donde estaríamos bien protegidos. Más me interesa el Campanario, ese extraño cerro cuya peculiar silueta vimos brillar por entre medio del polvo de la tormenta de la tarde. Se supone que es imposible de ascender a él. Eso lo debo ver más de cerca.

Lamentablemente eso no ocurrió al día siguiente ya que justo cuando cabalgábamos sobre el paso del Campanario recibimos la peor tormenta de arena y ceniza que he visto en mi vida. Antes esperamos aproximadamente por 1½ hora en vano a que aclarara para tomar unas fotografías de unas formaciones rocosas especialmente extrañas. En lugar de eso, todo empeoró. Luego sólo veíamos las cabezas de nuestros caballos y mulas. Rara vez la sombra de quien iba adelante nuestro. Alrededor nuestro un viento aullador y lleno de ceniza que a uno lo cegaba. Por fortuna los animales trotaban por el sendero con seguridad hacia arriba a la arista y luego hacia abajo al valle del Campanario. El aire se puso más y más denso. En el portezuelo del Campanario, a varios kilómetros del Quizapu, sentimos un fuerte olor a azufre. En el valle del Campanario nos encontramos con un grupo de arrieros argentinos que, por el paso, esperaban bajar hoy hacia Argentina. Con el mal tiempo que en cualquier instante podía llegar, no había ningún placer. Estamos contentos cuando finalmente, entre medio de los arbustos, aparece nuestro «castillo». Es realmente elegante, tiene 2 habitaciones, mesa, bancas y un extractor de humo. Rápidamente juntamos leña antes de que comience la lluvia, que finalmente trae la ansiada limpieza del aire de polvo y ceniza. El valle se ha ensanchado de forma significativa. En los alrededores hay vegas con pasto para el ganado. La cabaña sirve como refugio para los pastores cuando hay mal tiempo, que acá también es normal en verano.

A la mañana siguiente seguimos con una suave, pero constante lluvia. Nuestra frazadas y sacos son inútiles. Tras apenas una hora estamos mojados hasta la camisa y cabalgamos con la única esperanza de encontrar al inquilino de los baño de la Isla donde nos podemos secar al fuego y de nuevo acostarnos en una cama o en algo parecido. Con horror vemos como esa poca lluvia hace crecer los ríos. En el río Puelche un puente destartalado, pero todavía utilizable nos salva de tener el dudoso placer de tener que meternos con los animales a las turbulentas aguas que a la ida se mostraban inofensivas. Debido a esto no buscamos otro puente.

Tras una fuerte cabalgata llegamos al oscurecer al rancho donde nos recuperamos con un mate caliente junto al fuego. Los restos del cordero fueron repartidos fraternalmente. Estamos contentos de estar nuevamente en una zona civilizada. Nuestras provisiones se han terminado. Además, parece que el invierno ha comenzado.

***

Al mediodía del día siguiente vamos al paso al fundo «La Escuadra» que alcanzamos en 2 horas. Desde ahí en 1½ hora hacia Currilinqui donde queremos esperar en el almacén el camión del sirio Amo, que nos va a llevar a Talca. Cuando llegamos a Currilinqui comienza de nuevo el mal tiempo. Además, nos enteramos de que el camión a Talca partió en la mañana y no va a regresar antes de 3 a 4 días.

Tras la comida, que tras el eterno cordero nos parece una cena de Lúculo, incluso con vino que nos ofreció la dueña de casa nos fuimos a nuestras «habitaciones de lujo» en el segundo piso, a las que se llega por una especie de escalera de caracol. Las camas no se ven muy confiables. Debido a esto pongo mi saco de dormir. La lluvia golpetea monótonamente sobre el techo de lata y nos adormece. A la mañana siguiente cae la lluvia con más fuerza. El Maule delante de la casa se ha elevado un metro. Bajamos por nuestra escalera al primer piso, buscamos en el almacén algo aprovechable para hacer nuestra estadía forzada en Currilinqui tan agradable como sea posible. Como adquisición más urgente necesitamos pañuelos para deshacernos de los nuestros llenos de cenizas. Con la comida la cosa no se ve tan bien. El único manjar que conseguimos son sardinas enaceite y huevos. Los últimos, muy buenos y baratos. Mantequilla, galleta, leche, cacao son, para los pobres inquilinos de acá, artículos de lujo y por eso no se traen. Mate y azúcar junto a cigarros chaucha son lo único que se compra. La mayoría hace trueques con productos del campo como nueces o pollos o pavos que son traídos vivos en sacos sobre caballos y son vendidos al por mayor.

Tras 2 días de ocio forzado, que llenamos tan bien como pudimos escribiendo y leyendo en la biblioteca de Amos, decidimos en la tercera mañana realizar un pequeño paseo a las formaciones rocosas arriba de la estación de carabineros que teníamos al frente para desde allá observar el valle y asolearnos un poco. Además, esperábamos tener otra vez una vista al Quizapu o a su nube de humo. Detrás de las primeras rocas hay un declive cubierto por bosque que lleva hacia una arista. Alegres marchamos de una arista a otra, de una altura a otra, siempre con la esperanza de conseguir una vista al Quizapu. Luego de haber subido por unas 4 horas, pasando por unas vegas junto a unos charcos de agua que no nos seducen a pesar de nuestra sed, llegamos a un portezuelo con una vista fabulosa. Delante nuestro, para tocarlo con la mano, está el cerro Azul. El aire limpio permite ver cada pliegue del cerro. Luego a continuación el Quizapu expulsando su nube de humo blanca. Más a la izquierda el poderoso macizo del Descabezado Grande con hielo en su cumbre y desde cuyo flanco izquierdo también se ven salir blancas nubes de humo, significativamente con más fuerza y densidad que desde el Quizapu. Con los binoculares vemos, sin obstáculos, como entre la nieve y el hielo sale como de la chimenea de una locomotora que se acerca y como el viento noroeste la arrastra desde la cumbre hacia el Quizapu y acá se une a su humo en una gran fumarola que se va hacia el sureste a territorio argentino.

Demasiado rato nos quedamos fascinados mirando este espectáculo. El Descabezado Grande se contaba como un volcán apagado desde hacía siglos hasta que demostró nuevamente tener resto de actividad volcánica.

Nos hemos olvidado del hambre, la sed y el cansancio. Un cigarrillo sirve como reemplazo del almuerzo, puesto que partimos sin comida ni bebida. Lamentablemente se nos van en eso los últimos fósforos, tal como nos damos cuenta penosamente al atardecer sorprendidos todavía en las rocas y tras intentos inútiles de encontrar una bajada en la noche, finalmente nos debemos acostar bajo unos arbustos y ahí debemos esperar la mañana con estómagos vacíos y sin cobertores ni fuego. Encontramos uno de los piolet perdidos en el intento de descenso nocturno, lo mismo ocurre con mis binoculares que en la noche, al cambiarme la chaqueta, había dejado en el suelo. Suerte y mala suerte. Un gran desayuno tras las exactas 24 horas de ayuno más algunas horas de sueño nos dan nuevamente un aspecto humano.

Entretanto Don Antonio Amo ha regresado con su camión. También nos confirma la noticia que desde Talca es visible la fumarola del Descabezado Grande. A la mañana siguiente nos vamos finalmente en el camión a Talca donde tenemos el tiempo justo para despedirnos de nuestros amigos chilenos y tomarnos unos vasos de chicha juntos. Luego seguimos con el «Ordinario» a Santiago con unas chauchas, pobres en el bolsillo, pero ricos en el corazón gracias a los recuerdos y cuando llegamos nos enteramos de que nuestros amigos casi nos han puesto en la lista de perdidos.

Traducción: Álvaro Vivanco

Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1932 Heft 2