Relatos

El Enigma del Río Olivares – Traducción del artículo de Sebastian Krückel

El Enigma del Río Olivares

El 15 de marzo de 1935 W. Klatt publicó en El Mercurio de Santiago, bajo el título «El Enigma del Río Olivares«, sus conocimientos de la parte superior del valle de Olivares. Junto con F. Fickenscher, el autor presentó también una carta de la cordillera de esta zona para la cual fueron utilizadas fotografías tomadas por mí. Este valle, aseguró W. Klatt, no había sido visitado antes. Según las cartas de la época la zona estaba formada por manchas blancas y el río corría, en algunas partes, en direcciones opuestas. En los círculos de expertos se pensaba en la posibilidad de que, en aquellas zonas desconocidas, glaciares hubieran avanzado formando lagunas que podría colapsar repentinamente provocando grandes catástrofes como, en la misma latitud, en Argentina y también en la Cordillera Blanca de Perú había sucedido.

El sudtirolés F. Fickenscher, en ese entonces el mejor conocedor de la cordillera, realizó dos expediciones para aclarar el enigma, pero no avanzó más allá del Gran Salto del Olivares. Él no encontró una pasada entre las paredes casi verticales que separan al valle inferior del superior.

En el verano de 1935 decidimos, Karl Walz, Otto Pfenniger y yo, intentar suerte. Nuestro objetivo era además un cerro de 5750 m de altitud y sin nombre. Desde El Alfalfal conseguimos llegar en 2 días de cabalgata al final del valle donde armamos nuestra carpa. Al día siguiente intentamos sin éxito encontrar una pasada; debíamos subir al valle superior para llegar a los pies de nuestro cerro de 5750 m. Cuando más tarde lo vencimos realizando su primer ascenso, le dimos el nombre de Risopatrón y pusimos con eso una marca en recuerdo del ingeniero Luis Risopatrón que lideró la Comisión de Límites. En el segundo día tuvimos más suerte. Subimos por la pared, nos resultó llegar más arriba. Aparecieron esperanzadores hallazgos, primero un pedazo de una pequeña tabla: ¿cómo podía haber llegado ese pedazo de madera hasta estas soledades? Cuando seguimos subiendo nos encontramos de pronto con un pedazo de hierro circular clavado en la pared. Entonces no éramos los primeros en pasar por acá y pronto descubrimos que osados mineros chilenos debían tener una mina secreta o que buscaban el legendario «Derrotero Picarte» que debía estar en la zona del Plomo y el Olivares (ver nota al final). Tras algunas horas habíamos superado todas las dificultades y habíamos llegado al valle superior. ¡Qué sorpresa! Delante nuestro se encontraba la mayor zona de glaciares de Chile central. Por primera vez veíamos nuestros conocidos cerros Plomo y Altar desde atrás (Este). Muchos cerros sin nombre se elevaban delante de nuestros ojos, una vista de imponente e inolvidable belleza. En la alegría de nombrar lo desconocido, bautizamos como Sierra Blanca un cordón de cerros glaciados cuyas cumbres con seguridad debían alcanzar los 5000 m. A un imponente pedazo de cerro, con seguridad cercano a los 6000 m, al lado del Juncal lo bautizamos Juncal Chico. En la cumbre del Risopatrón -ascendido por primera vez y bautizado por nosotros- en vista del hasta entonces desconocido mundo de cerros, se resolvió el enigma del Olivares, el enigma de Klatt. Mis fotos entregaron un panorama completo y mucho se pudo corregir en las cartas, por lo que Klatt estuvo muy feliz y pudo publicar el reporte en el Mercurio.

En el camino de regreso a casa, todavía en la parte inferior del valle de Olivares, nos encontramos con unos 5 a 6 mineros armados que iban camino arriba. Estuvimos pensando un buen rato qué intenciones tenía esta gente con armas en una zona donde no hay animales salvajes.

Tras algunas semanas apareció un hombre con marcas de viruela en Santiago y me mostró con una cara misteriosa una masa compacta de mineral que a primera vista se veía como plata -un pedazo de plata del tamaño de un puño bien envuelto. El hombre me propuso, mientras sostenía el pedazo de plata en la mano, acompañarlo al valle superior y me dio la impresión de que, de alguna manera, se encontraba en relación con los mineros que encontramos durante nuestra expedición; con seguridad llevan sus armas para defender los tesoros encontrados, puesto que no hay nada para cazar en esas alturas. Aún, cuando debo reconocer que el desconocido me produjo interés, sin embargo, no me quise inmiscuir en una aventura en forma descuidada y lo dejé ir con su pedazo de plata.

Hoy, 41 años más tarde, se han vencido todos los cerros desconocidos en ese entonces, sólo el Juncal Chico espera, si es que no me equivoco, al primer ascensionista. Décadas después de nuestra aventura vinieron otra vez compañeros del DAV a la zona, ellos encontraron en nuestro campamento una lata de conservas que todavía se podía comer. Mientras tanto el clima ha ido cambiando, puesto que los glaciares han retrocedido algunos kilómetros. Bajo el hielo del glaciar quizás ya hay mineros chilenos perforando puesto que, en un valle lateral, al Noreste del Olivares (Río Blanco), entre chilenos y americanos han construido la mina más moderna del mundo y posiblemente han construido túneles bajo el hielo glacial del Olivares.

Derrotero Picarte: Según afirmaciones de antiguos mineros Picarte era un oficial en los tiempos de la colonia que explotó una valiosa veta mineral, pero que siempre mantuvo su «derrotero» en secreto. Todavía hoy sueñan los mineros con este tesoro. También Chacón, que encontró la momia inca a los 5400 m del cerro Plomo, se encontraba en su búsqueda. «El mentado Chacón», como era llamado en el valle del Maipo, me contó que él ya hacía muchos años antes de encontrar la momia, había encontrado figuras de plata de 30 cm así como figuras de tela. En vano intenté en ese entonces rescatar para el DAV o para algún museo sus hallazgos. Estas cosas terminaron en una casa de empeño y de alguna forma fueron fundidas. Las figuras de tela fueron regaladas como juguetes a los niños.

Admirables son los mineros chilenos. Chacó, de unos 60 años por entonces, cuando sacó la momia con su hijo o yerno, subió repetidas veces al Plomo sin ningún equipo; también pasaba la noche arriba. Además, le faltaba una mano que probablemente se la voló un detonador. Como provisiones llevaba una lata de sardinas y un pedazo de pan.

Sebastian Krückel

Traducción: Álvaro Vivanco

Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1975-1976